Por: Carlos Tobar
Desde el año pasado los colombianos hemos venido sintiendo en nuestros bolsillos el golpe de la inflación de precios. Todo: alimentos, vestuario, energía, servicios, bienes industriales, arriendos, transporte, costos educativos, de salud y un largo etcétera, sube día a día, mes a mes en una carrera que parece no parar nunca.
El aumento del salario mínimo a finales de diciembre que se presentó por el gobierno como un paliativo a los altos costos ya desapareció.
Según el Dane dos de los rubros que más están pesando a los trabajadores colombianos las comidas en restaurantes (incluido “el corrientazo”), y la energía que están desbordados.
Las explicaciones del gobierno y de algunos analistas es que la causa es fundamentalmente externa. Particularmente se le achaca la responsabilidad al fuerte incremento de las tasas de interés de la Fed, el banco central de los EE.UU., actitud seguida por el resto de bancos centrales de los países ricos y los países en desarrollo como Colombia.
El alza de la tasa de interés encarece el crédito un componente fundamental en todas las actividades económicas. Además, busca retirar dinero del mercado para bajar las presiones del lado de la demanda.
Pero si bien es cierto en un mundo globalizado, con un peso importante del sector financiero, el costo del dinero influye en el espiral de costos que desbocan en inflación, muchos analistas señalan que buena parte de las presiones inflacionarias provienen del sector de la oferta.
Que se manifiestan en los abusos de precios en sectores donde los monopolios imponen su ley. Hechos que podemos constatar en bienes y servicios tanto del mercado externo como del interno.
En Colombia la influencia de las políticas financieras, comerciales y productivas son evidentes, sobre todo después que las reglas del “libre comercio” se establecieron y consolidaron con los Tratados de Libre Comercio, especialmente el de los Estados Unidos.
Los precios de bienes y servicios que consumimos a diario los colombianos están determinados por esas reglas. Sin modificarlas no podremos, por ejemplo, aplicar políticas de control de la inflación.
El tema es de gran complejidad para analizarlo de manera detenida en una cuartilla como esta, pero digamos finalmente que los únicos beneficiarios de una situación inflacionaria son los grandes monopolios internos y externos que suben los precios sin control alguno.