Diario del Huila

El insufrible divorcio del ser

Abr 8, 2024

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Por: Gerardo Aldana García

Cual si fuese una procesión, la humanidad pareciera caminar hacia el panteón, sin imaginar que hombres, mujeres y jóvenes, vistiendo de negro y entonando lúgubres cantos, yacemos inmóviles dentro de ese cajón estrecho, pero justo para quién todo ha cesado. Tan desgarradoras frases llevan a considerar la superficialidad de la vida en la rutina rápida y agobiante en la que transcurre el mundo de hoy. Abrumado por la facilidad de acceder a informaciones en todas las materias, pero con especialidad las orientadas al consumo, los individuos del siglo XXI demandamos aceleradamente lo que el sistema ofrece de forma estratégica para garantizar el adormecimiento de la conciencia de las personas. Se trata de un esquema inteligente y consumista, en donde prevalece la enajenación del individuo frente a su propio ser. Las tareas que a diario se realizan son cumplidas sin ser advertidas por quien las cumple, caracterizan un auténtico acto producto de la inconsciencia dando como resultado la mecanicidad.

Es justo reconocer que a partir de la particularidad que cada persona representa, existe dentro de sí, un rasgo singular llamado el ser; es como un tipo de energía interior con la que cada humano puede buscar la forma de comunicarse consigo mismo, con la seguridad de que tendrá el mejor orientador en su actuar enfocándose hacia la armonía y paz interior y con su entorno.  Para lograr un estado interior de esta naturaleza, diversos escritores de alta reputación en psicología, espiritualidad y desarrollo humano han propuesto iniciativas, como el norteamericano Joe Dispensa desde obras como Sobrenatural. Así mismo, autores como los rusos George Ivánovich Gurdjeff y Peter Demianovich Ouspensky, el indú  Jiddu Krishnamurti  con obras como El libro de la vida y La Raíz del conflicto, o el colombo-mexicano Samael Aum Weor con publicaciones como La Educación Fundamental o Didáctica del Autoconocimiento.

El drama de la sociedad de hoy es tal que los significados de la vida se tornan de pasmosa futilidad en donde el presente y el futuro están fincadon fundamentalmente en las realizaciones de orden material, las que son disfrazadas por la conciencia dormida como realizaciones personales. El hecho es que, por más estadios obtenidos para el bienestar económico, educativo o científico, los individuos seguimos sin lograr una paz individual y en consecuencia la paz mundial es imposible, dado que esta última es una extensión de la primera, es decir, una persona en guerra consigo misma, se suma a la barbarie que otra vive y así el colectivo social estará enfermo de violencia, de infortunio.

El marcado ritmo del consumismo fortalecido por el voraz apetito de las comunicaciones mediante celulares, mismos que en cualquier momento podrán ser sustituidos por tecnologías tan avanzadas como la transmisión directa desde la mente de cada consumidor, afianzan a diario la realidad de que lo importante está por fuera del ser pensante y es en función de su externalidad de la que se debe vivir, esfumando de momento a momento la posibilidad de comunicarse y nutrirse de su propio ser.

Pero en medio del embravecido mar de la modernidad del consumo, se mantienen vivas corrientes de pensamiento que, desde el enfoque de desarrollar una espiritualidad, proveen orientaciones que nada tienen que ver con religión o doctrina, y en cambio sí, con la conquista del real ser interior profundo. Aparecen en este ámbito los efluvios tan benéficos del legado oriental para el mundo, llamado meditación; si, una forma sutil, pasiva, altamente tranquilizante, que lleva a vivir la alegría de desaprender muchas prácticas y pensamientos que, por décadas o siglos, esclavizan la mente humana. Y claro también, por fortuna, dimensiones de reflexión y gusto estético por músicas amigables con el espíritu y la naturaleza. La apreciación del arte natural irradiado por el cosmos en el color de una flor, el vivificante rocío o la asombrosa vida en la esterilidad de un desierto fundido en una tarde de verano.

Pero el poder de lo que muchos ya llaman la Matrix, es tal que, frente a planteamientos tan sanos, incluso terapéuticos como los esbozados en el anterior párrafo, los mismos son desprestigiados como esoterismo, subjetividad o experiencias banales. Lo cierto es que, reflexiones de esta índole deberían estar sobre los currículums de colegios y universidades, en los planes de talento humano de las empresas, y lo más importante, en el seno de cada hogar para sembrar en los niños y en las generaciones de mañana, el valor de la integración con el ser interior de cada uno.

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