Diario del Huila

El lío de los hijos que no se van de casa

Jul 3, 2023

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Por: GERARDO ALDANA GARCÍA

La naturaleza animal demuestra y enseña a cada instante, el inexorable destino de los hijos de una familia. Indefectiblemente, una vez las crías han llegado a cierta edad en la que se pueden defender por si solos, deberán abandonar la seguridad del hogar en el que nacieron, crecieron y aprendieron a vivir. En el caso de los felinos, por ejemplo, en las manadas de leones, aquel hijo que se resiste a marcharse se expone a que el macho jefe, su padre, le de muerte. En los leopardos pasa otro tanto, solo que es la misma madre la que expulsará indolente al joven, entre otras cosas porque representa un riesgo para los nuevos cachorros, sus hermanos maternos que puedan llegar.  Incluso el débil debe desaparecer de la manada; en la mayoría de las veces, ni siquiera llega a la edad de la juventud en la que puede valerse por sí mismo. En el mundo natural y a veces antinatural de los humanos, la regla suele tener toda clase de excepciones, entre las que se cuenta con asombrosa frecuencia, la sobre protección y consideración en exceso que llevan a que hombres y mujeres que superan la edad de veinticinco años, continúen viviendo bajo el mismo techo de sus progenitores.

Muchos expertos, psicólogos y terapeutas coinciden en el gran beneficio de crecimiento personal que tiene el hijo que, entre los veinte y veinticinco años cuando se va de casa, a vivir solo, independiente, pero sin perder la conexión afectiva, espiritual y también económica cooperativa con su hogar. La idea es que los progenitores tienen un derecho y un deber de por vida para con sus hijos, pero esto debe ir cambiando en la medida en que evoluciona la vida de cada ser humano. En otro sentido, los mismos especialistas precisan el estado de soledad al que se enfrentan los padres cuando se va su hijo de casa, al que algunos llaman El Síndrome del Nido Vacío. Se trata de una singular tristeza como costo de la nueva empresa que lleva a su prole hacia el inicio de una existencia independiente. Los padres pueden sentirse igualmente frustrados al no tener ya el control sobre su hijo.

Pero cuando el hijo no se quiere ir de casa es necesario que mientras esto ocurre, se definan elementos claros de convivencia y compromisos, cuales son, un cronograma de tiempo y actividades para el lapso que conviven, sin dejar la situación proclive a la vagancia y holgazanería. Se debe decidir cuáles serán las contribuciones al hogar por parte del hijo, tanto en términos económicos como cualitativos en asuntos como el ejemplo para lo menores, la atención de rutinas de aseo y asuntos domésticos, el uso del lenguaje, el respeto físico, verbal y psicológico, como condición no negociable, el regreso a casa a altas horas de la noche y el estado en el que llegue, ejemplo, alicoramiento o lo que es peor, bajo efectos de drogas alucinógenas. Del mismo modo, es dable y comprensible que los padres apoyen las iniciativas de proyectos o negocios del hijo que continúa en casa, toda vez que, en la medida en que él tenga éxito, podrá más pronto irse de casa, con las alas largas para el vuelo de la independencia. Por lo demás, no es justo para los padres que, al tener hijos mayores de edad, que rebasan los veinticinco o treinta, tengan que vivir la zozobra de que no llegaron a dormir, de que no avisaron de una ausencia inesperada, de ir a recogerlos luego de una tremenda bebeta de licor que los dejó inconscientes en cualquier parque, un hospital o una estación de policía.

El poeta que canta a la independencia suele decir: Ahora que tienes plumas que duermen sobre florestas centenarias/ Justo cuando tus voces hacen eco en la habitación que celebra tu partida/ Siento que tu viaje ha cargado el calor que mi regazo tejió para ti/ Más la distancia desde donde cantas dichas/ Y seguramente, lágrimas salan algunas veces tu rostro/ Musita a mi oído los versos de amor que me regalas/ Noches y días en que descubres el ritmo de tu asombrosa particularidad.

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