Por: Rafael De Brigard, Pbro
Realmente se trata de Monseñor Alirio López Aguilera, sacerdote de la Arquidiócesis de Bogotá, pero que fue conocido, entre otras razones, por su actuación pastoral-ciudadana con los angelitos que se le hacen barra al glorioso Millonarios o a Santa Fe. Este sacerdote bogotano hizo un tipo de pastoral muy original que lo llevó al encuentro de muchísimos jóvenes que generalmente no son bien vistos por algunos. De él se puede decir que literalmente se puso la camiseta de los equipos de fútbol de Bogotá y con ese distintivo entró en contacto con quienes habían convertido la visita al Campín en una verdadera tragedia sin sentido. Como suele ser la vida de ellos.
Pero esto le dio también acceso a ese oscuro mundo de las armas que hay en tantas familias y hogares de Bogotá. Y en consonancia con la Alcaldía Mayor hizo campañas para que la gente las entregara a través de algunas parroquias y fueron fundidas. Y no fueron pocas las que llegaron, de manera que por unos días los párrocos nos encontramos con cuchillos, machetes, pistolas, escopetas en las manos para trasladarlas a la Policía. Estos gestos logrados por el ilustre monseñor se hacen más dicientes hoy en día cuando por las calles de nuestra ciudad disparan desde distintos flancos como en el lejano oeste, sin que pase nada, aunque pase de todo.
Por otra parte, monseñor Alirio López se empleó a fondo en los medios de comunicación para llevar el mensaje de Jesús. Era elocuente, recio, de posiciones firmes y fáciles de entender. Y tan buen párroco que hasta Rudolf Hommes, en su reciente libro lo elogia (p. 407), pues lo conoció cuando quiso hacer campaña política y empezó a recorrer la verdadera realidad del país en las calles y no en el edificio del Ministerio de Hacienda. En suma, un cura de armas tomar y luego fundirlas.
Monseñor Alirio López hizo parte de esas personas de nuestra sociedad que logran llenar en alguna medida esos grandes vacíos que hay en nuestro tejido social y humano y que genera tantas situaciones de tristeza y muerte. Sin la riqueza del Estado y también sin la paquidermia de los gobiernos, con la sabiduría de la Iglesia sin los límites de un cargo pastoral determinado, con el bagaje de su experiencia y la reciedumbre de su personalidad, imprimió carácter en todo lo que hizo como sacerdote y como uno de los notables. Por eso Su Santidad lo invistió con el honor de hacer parte de sus capellanes y de ahí su noble título de Monseñor, que le quedaba bien, por méritos y por tamaño, aunque nunca tuvo la proverbial barriga de lo más afamados monseñores de la curia romana, con el perdón de ellos.
Monseñor Alirio López se nos fue antes de tiempo, pero el suyo fue perfecto en obras y realizaciones. Gran pérdida para la Iglesia y la ciudad. En Dios está, pues a Él sirvió en vida. Descanse en paz.