Juan Camilo Restrepo
El arrogante Musk, una vez cerró la negociación de Twitter, y luego de despedir buena parte de altos ejecutivos de la empresa y de recibir las efusivas felicitaciones del señor Trump que va a ser reintegrado a la plataforma de donde había sido expulsado por comportamientos antiéticos, concluyó: “el pájaro ha sido liberado”.
La Unión Europea le respondió inmediatamente: “el pajarito de Twitter podrá ser liberado también en nuestro territorio, pero tendrá que cantar bajo las normas de la UE”.
La defenestrada de Carlos Gustavo Cano de la presidencia de la junta Ecopetrol, un día después de que la junta lo había elegido por unanimidad, obedeció según se supo a un diktat imperial que lanzó el presidente Petro, por no estar de acuerdo con la decisión unánime que la junta había adoptado la víspera sobre el nombre del presidente de su junta.
Es cierto que los presidentes de la República han contado siempre con personas de su confianza en la presidencia de la junta de Ecopetrol. Lo que resultó chocante en esta ocasión es que el presidente Petro hiciera dar marcha atrás a una decisión que había sido tomado por unanimidad. Habría que decir entonces – siguiendo con los símiles animales- que en esta ocasión “la iguana resultó maltratada”.
Más allá de lo pintoresco de este episodio, hay que decir que la decisión del presidente es cuestionable por dos razones:
Primera, porque si bien es cierto la mayoría de las acciones de Ecopetrol pertenecen al estado colombiano cuya personería ostenta el poder ejecutivo, no es menos cierto que las decisiones tomadas por unanimidad por la junta de la petrolera deben respetarse por el accionista mayoritario.
Si los representantes presidenciales no consultaron previamente la decisión inicial con la casa de Nariño puede ser algo infortunado. Pero no justificaba de ninguna manera la contraorden presidencial. Y es un mal preludio de lo que puede suceder en adelante con las decisiones que tome la junta que quedan sujetas al precedente de que las cambien desde la Casa de Nariño.
Y, en segundo lugar, porque Ecopetrol está pasando por un momento difícil en el que lo menos que se pueden dar son mensajes contradictorios como éste. A diferencia de lo que está sucediendo con todas las petroleras en el mundo que se han valorizado espectacularmente por los altos precios de los combustibles, Ecopetrol ha perdido en las últimas semanas cerca del 40% de su cotización bursátil.
Quizás la mayor responsabilidad en esta pérdida de valor bursátil provenga de la ambigüedad que ha rodeado el mensaje gubernamental sobre si al fin se van a firmar nuevos contratos de exploración, o no. Toda la evidencia científica disponible indica que no hacerlo llevaría en el mediano plazo a bajar producción severamente; a perder ingresos fiscales; a depender de inciertas exportaciones; a hacer imposible la reposición de las maltrechas reservas energéticas del país; y lo más grave: a perder la autosuficiencia que con tanto esfuerzo ha adquirido Colombia.
En los últimos días, y casi con tirabuzón, se ha logrado que el gobierno haya abierto una tenue posibilidad según la cual sí firmará los mencionados contratos. En hora buena. La renuencia para corregir este mantra de la campaña petrista es lo que más negativamente ha afectado la acción de Ecopetrol en las últimas semanas. A lo cual, por supuesto, contribuyen mensajes desafortunados como éste de la contramarcha que costó la cabeza como presidente de su junta al Dr. Carlos Gustavo Cano. Y que ha terminado por golpear la imagen de la Iguana.
Tirios y troyanos coinciden en que hay que avanzar en la tarea de la transición energética. El punto es: ¿cuál es la mejor manera de hacerlo? En casi todos los países del planeta lo que se está haciendo es encarecer el uso de combustibles fósiles para desestimular su consumo. O sea, desestimular la demanda. En Colombia, por virtud de la consigna lanzada durante la campaña presidencial se está trabajando en otra dirección: sofocar la oferta de combustibles fósiles a base de cerrar el grifo de nuevas exploraciones.
Ojalá estos últimos episodios sirvan para que el gobierno recapacite. Y no solo para que respete en el futuro las decisiones de la junta de Ecopetrol. Sino para que entienda que la mejor manera de avanzar hacia la transición energética inteligente no es sofocar la oferta de hidrocarburos, lo que tendría costos inimaginables. Ni la de echar atrás desde la Casa de Nariño decisiones adoptadas por unanimidad por la junta directiva de la empresa.