En la Misa de apertura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa invita a afrontar los retos y problemas de hoy no con espíritu de división y conflicto, sino centrando la mirada en Dios, para ser una Iglesia que escucha y dialoga y no divide.
DIARIO DEL HUILA, RELFEXIONES
“El Espíritu Santo deshace, a menudo, nuestras expectativas, para crear algo nuevo que supera nuestras previsiones y negatividades”. Así el Papa Francisco alentó, en su homilía en la Santa Misa con los nuevos cardenales y el Colegio Cardenalicio, en la Apertura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, a la Iglesia toda que se apresta a vivir esta nueva etapa del camino sinodal. La mirada de Jesús que bendice y acoge, es la clave con la que Francisco anima a “ver más allá”.
Una Iglesia que contempla y discierne el presente
La mirada de Cristo es, sobre todo, “una mirada que bendice”, señala el Pontífice, que recuerda que aun cuando experimentó el rechazo y encontró a su alrededor tanta dureza de corazón, el Señor «no se dejó aprisionar por la desilusión, no se volvió amargado, no abandonó la alabanza. Su corazón, cimentado sobre el primado del Padre, permaneció sereno aún en medio de la tormenta”.
Esta mirada de bendición del Señor nos invita también a ser una Iglesia que, con corazón alegre, contempla la acción de Dios y discierne el presente; que, en medio de las olas a veces agitadas de nuestro tiempo, no se desanima, no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas, no deja que el mundo le dicte su agenda.
Por lo tanto, la mirada de bendición de Jesús invita “a ser una Iglesia que no afronta los desafíos y los problemas de hoy con espíritu de división y de conflicto, sino que, por el contrario, vuelve los ojos a Dios que es comunión y, con asombro y humildad, lo bendice y lo adora, reconociéndolo como su único Señor”.
Dios en el centro
La principal tarea del Sínodo, asegura Francisco, es “volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”, para ser “una Iglesia unida y fraterna, que “no crea división internamente, ni es áspera externamente”, porque “es así como Jesús quiere a su Iglesia”. «Una Iglesia de las puertas abiertas».
Por otra parte, la mirada acogedora de Jesús invita a ser, precisamente, una Iglesia que acoge. El Santo Padre recuerda que “mientras aquellos que se creen sabios no reconocen la obra de Dios”, el Señor “se alegra en el Padre porque se revela a los pequeños, a los sencillos, a los pobres de espíritu”. Y hace presente que “en una época compleja como la actual”, los nuevos desafíos culturales y pastorales, “requieren una actitud interior cordial y amable, para poder confrontarnos sin miedo”.
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Hermanos y hermanas, Pueblo santo de Dios, frente a las dificultades y los retos que nos esperan, la mirada de Jesús que bendice y que acoge nos libra de caer en algunas tentaciones peligrosas: la de ser una Iglesia rígida, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia cansada, replegada en sí misma.
Pecadores perdonados
A caminar “siguiendo las huellas de san Francisco de Asís” cuya memoria se festeja hoy, invita Francisco. Y, como el santo de la pobreza y de la paz, a despojarse de todo para revestirnos de Jesús». “Qué difícil es este despojo interior y también exterior de todos nosotros y también de las instituciones”, constata, y hace presente, asimismo, que el Sínodo sirve “para recordarnos que nuestra Madre Iglesia tiene siempre necesidad de purificación, de ser ‘reparada’, porque todos nosotros somos un Pueblo de pecadores perdonados, siempre necesitados de volver a la fuente, que es Jesús, y emprender de nuevo los caminos del Espíritu para que llegue a todos su Evangelio”.
Francisco de Asís, en un período de grandes luchas y divisiones entre el poder temporal y el religioso, entre la Iglesia institucional y las corrientes heréticas, entre cristianos y otros creyentes, no criticó ni atacó a ninguno, sólo abrazó las armas del Evangelio: la humildad y la unidad, la oración y la caridad. ¡Hagamos lo mismo también nosotros!
Abrirse a la acción del Espíritu
Recordar, pidió el Obispo de Roma, que el Sínodo que comenzamos no es “una reunión política, sino de una convocación en el Espíritu”. No es “un parlamento polarizado, sino de un lugar de gracia y comunión”. Y concluyó:
El Espíritu Santo deshace, a menudo, nuestras expectativas para crear algo nuevo que supera nuestras previsiones y negatividades. Quizá pueda decir que el momento de mayor fecundidad en el Sínodo son los momentos de oración, también el ambiente de oración, por el que el Señor actúa en nosotros. Abrámonos a Él e invoquémosle, Él es el protagonista, el Espíritu Santo. Dejemos que Él sea el protagonista del Sínodo. Y con Él caminemos, con confianza y con alegría.
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