Se inicia una nueva semana santa, con dos días festivos donde los cristianos conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo; los últimos momentos de la vida que muestran la lucha contra la corrupción, la defensa de los pobres, desvalidos, prostitutas, delincuentes y rechazados; el valor de la amistad, el sacrificio y el perdón por las humillaciones, vejámenes y muerte.
Como católico y cristiano creo en el poder de los ritos y de la oración pero también creo en la congruencia entre asistir a la iglesia, rezar y mantener un comportamiento basado en la empatía, el perdón, la compasión y generosidad.
Estos días de conmemoración de semana santa deben llamarnos a la reflexión acerca del perdón y la compasión.
Me produce sorpresa y escozor ver en redes sociales y en determinados medios de comunicación el aplauso a gobiernos como el de Bukele en Salvador, gobiernos autoritarios que muestran “resultados” de disminución de la criminalidad pero sin estructura social; el autoritarismo solo es bueno mientras no toque nuestra puerta y no seamos las víctimas; los gobiernos autoritarios históricamente han demostrado la violación de los derechos humanos y el fracaso como sistema político.
Aun en Colombia tenemos un largo calvario para poder reconstruir el país y esta reconstrucción no requiere de un poderoso mesías pero si de muchos apóstoles y del compromiso como sociedad que exija el cumplimiento de los gobernantes, dejar atrás el fanatismo y odio, ese mismo que ha sido el combustible para que los políticos camuflen la corrupción y la inoperancia, para que los grandes grupos económicos sigan enriqueciéndose sobre el dolor, la muerte y la miseria de más de la mitrad de colombianos.
Tenemos más de 14 estaciones del viacrucis y no podemos devolvernos a estaciones anteriores y dejar atrás lo construido, es triste observar como muchos de los proyectos productivos y económicos de los reincorporados de las antiguas FARC están siendo abandonados por amenazas, muerte y abandono social.
Nuestras oraciones en esta semana deben estar acompañadas de la acción; no solo ser cristianos dentro de los templos sino en la vida diaria.