La costumbre ancestral de darle a las cosas un nombre diferente y con ello hacerlas parecer apoteósicas o sencillamente magnificarlas, es una constante en la estrategia de manipulación que sobre las decisiones se busca hacer no solo para socializarlas, sino además para venderlas o simplemente ambientarlas, pero que con el tiempo ver que solo se trataba de cobre, recubierto con un dorado falso.
A esa estrategia recurrió hace ya cinco años el gobierno de turno, cuando la negociación de dejación de armas con una facción importantísima de las Farc, la llamó Acuerdo de Paz y culminación del conflicto armado, pero como era de esperarse, ni la paz llegó al país ni fue el fin del conflicto armado de nuestra nación. Hoy son muchos los protagonistas de esta guerra los que continúan alzados en armas contra el Estado y este último incumpliendo lo prometido.
Las negociaciones que eran parte del programa de Gobierno y elegidas por la mayoría de colombianos en las urnas, se desarrollaron en La Habana sin que hubieran requerido una nueva refrendación en elecciones, pero los cálculos políticos y los pronósticos que hasta ese momento se conocían de aprobación de esas negociaciones, hacían presumir una nueva paliza electoral a la oposición. ¿Qué más podía soñar un político? Y por eso las convocaron.
El 2 de octubre de 2016 se realizó el plebiscito para refrendar los acuerdos de La Habana. Descontado el triunfo del Sí sobre el No, por más de 20 puntos eran los cálculos, por lo que ese triunfo era cuestión de horas.
Contrario a todo presagio, el No fue al final de la jornada el triunfador y por un mínimo margen, pero suficiente en democracia, deslegitimó todo lo realizado, dio un mandato al gobierno de no aprobar el acuerdo, este último al final no cumplió y demostró que en política nadie puede dar nada por cierto ni por ganado, ni mucho menos aprobado.
Ese proceso dejo entre los colombianos una polarización política que aún padecemos y que dividió el país en enemigos de la guerra y los amigos de las Farc.
Poco se ha cumplido, menos se ha mejorado y lo más preocupante hoy: en nada hemos cambiado sustancialmente a partir de ese plebiscito. Lo más preocupante es que muy poco hemos avanzado hacia una reconciliación y cada vez nos alejamos de un punto en común, donde confluyan los intereses de todos los grupos por solucionar realmente los problemas graves que hoy nos aquejan y no por generar más divisiones y señalamientos ideológicos que parece es en lo que nos enfrascamos hace cinco años.
Con este panorama, hoy nuevamente se pone a los ciudadanos a escoger entre propuestas de derecha o izquierda, como en una especie de guerra fría local, en un escenario donde ya afloran matices extremadamente opuestos y recurriendo a los odios y temores del pasado para realizar las propuestas del futuro. Más equivocados no podemos estar, enfoquémonos en el presente, acá están los problemas y sobre estos es que necesitamos las soluciones.