Diario del Huila

El rey de piedra y los hombres de hierro

Mar 18, 2024

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Por: GERARDO ALDANA GARCÍA

El Rey de Piedra era el soberano que debía su nombre a la naturaleza de sus actos, que mucho antes él nacer, ya estaban signados por el paquidérmico espíritu llamado Petrificado. Este rey se creía así mismo, bueno. Por cierto, tenía un corazón de rosa; si, con perfume y color de tan delicada flor. Incluso, la intención de sus actos llevaba la delicadeza de un pétalo. Sin embargo, existía un ruido incomprensible al momento de tomar las decisiones de gobierno, que lo llevaba a generar de manera constante una serie problemas en el pueblo que gobernaba. Quien sería llamado Rey de Piedra, se había edificado como individuo y ciudadano, en medio de un clima social en donde la aridez de la inequidad y la corrupción, abyecta campeaba sobre los derechos de una gran parte de los nacionales. Entonces el joven que luego sería rey se unió al combite de una minoría que echó mano a las piedras como instrumento de protesta contra el régimen. Como a los demás jóvenes convidados, su corazón se llenó de una particular mezcla de amor por la causa y odio por aquellos seres humanos a los que consideraba opresores. Se decía que el joven con vocación de monarca nunca lanzó una piedra, físicamente; en cambio, tenía un poderoso don en el verbo, capaz de impulsar a quienes ahora lideraba, para que usarán todas las piedras que fuese necesario lanzar en procura de debilitar al sistema, decía; siempre invadido de una profunda y contagiosa convicción.

El hecho es que, con el tiempo y durante tres décadas de lo que él llamaba lucha por la democracia y la igualdad, periodo en el que se dedicó a vivir y formarse intelectualmente con los recursos del sistema que él mismo cuestionaba, este hombre se consolidó políticamente de tal manera que logró persuadir a sus prosélitos en la común ideología de igualdad de derechos para sumarse a un proceso pacífico, dejando las piedras a un lado y extendiendo una mano fraterna. El predicado del líder tuvo tanta fuerza que convenció a un poco más de la mitad de los ciudadanos del país, de que su pensamiento traería la paz y la prosperidad para todos. Entonces, luego de los asuntos propios de una elección democrática, se alzó con el sitial máximo; era rey. El apellido que ya traía congénito le vino como anillo al dedo a través de cada uno de sus actos que, lejos de empujar la paz y el progreso, trajeron inestabilidad y recesión; es decir, una piedra que no rueda. Pero el rey mantenía incólume su discurso fragante de rosas que adornarían un medio ambiente libre de dióxido de combustibles fósiles, con hombres y mujeres libres en los campos, con juegos y aderezos de plomo y fuego con los que podrían interactuar y hasta gobernar con armonía las campiñas y sus labriegos. Le gustaba al rey el plantío de aquel verde de hojas sagradas que luego se convertían en un inmaculado y blanco polvo capaz de arrobar a jóvenes en el mundo, hasta hacerles perder la conciencia de vida.  En uso del poder que él pensó, le era omnímodo, retomó su fascinación por las caminatas que en el pasado supo orientar con el objetivo de generar parálisis en el sistema de gobierno. Muy pronto, aquellos altos colaboradores de calidades excelsas, a quienes había logrado convencer de sus nobles intenciones, abdicaron, unos, los otros fueron despedidos, justamente por no cohonestar en decisiones desequilibrantes del Estado ahora gobernado con ordinaries e impericia.

El Rey de Piedra, no creía en las estadísticas de atraso y conflicto que sus propios organismos y subalternos generaban. La sociedad gobernada en cambio vivía a diario los efectos de decisiones frustrantes del bienestar común. Incluso la enorme mayoría de aquella mitad del país que había creído en su discurso sentía el agobio en sus derechos de libertad y circulación constreñidos, mientras que los ingresos eran incompatibles con el crecimiento constante de precios en la canasta de productos básicos.  El rey sabía que el país se le estaba yendo de las manos, que se escapaba como agua entre sus dedos; pero no recapacitaba. Su obstinación y radicalismo, propios de la naturaleza de su nombre surgido de la piedra, le impelía el ritmo de la estática y por esta razón física de que aquello que no avanza, entonces retrocede, el país se paralizaba.

Pero lo que más llenó de desilusión al pueblo en general, fue saber que, justamente el espíritu de igualdad y libertad que enarbolaba el rey, llevó a que muchísimos de quienes fueron sus afectos en las protestas que lo llevaron a obtener el poder; jóvenes, hombres y mujeres que también fueron esculpidos como piedra, aprovecharon el ambiente enrarecido por el desgobierno y descontrol, especialmente en las zonas rurales productoras de alimentos, organizándose en pequeños colectivos de divergentes, como se auto proclamaban, del otrora movimiento de piedra, siempre al amparo de juguetes que lanzan fuego y pedacitos de hierro y acero,  y desplegaron un velo de miedo y dolor.  Incluso, tuvieron la fuerza para regresar al pasado cuando gobernaban zonas dentro del gran territorio nacional y delimitaban con su poder el ámbito de su control; es solo que ahora, generaron su propio sistema de registro, de identificación de ciudadanos; una especie de pasaporte, mucho más importante que el otorgado por el gobierno formal. El resultado, los hombres que fueron de piedra, ahora eran de hierro; si, con la fuerza del metal y la insensibilidad carente de ideología y norte, cual toscos delincuentes. Solo importaba el bienestar del pequeño colectivo; al diablo los derechos de la mayoría, decían mediante sus actos de abuso.

Entre tanto, el Rey de Piedra, al amparo de su corazón de rosa, nutre su sueño libertario con largos viajes transoceánicos hacia recintos sofisticados; platica con otros reyes que le felicitan por su sueño, mientras su país, el que creyó en él, vive una más de las absurdas pesadillas de atraso, sangre y drogas, bajo el influjo de hombres de corazón de hierro.

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