Por: Jaime Felipe Lozada
Hace un par de semanas, en este mismo espacio, escribí una columna titulada «Elecciones en Venezuela», en la cual alertaba sobre la posibilidad de que el régimen interviniera en las elecciones del vecino país, tal y como desafortunadamente ocurrió el pasado domingo 28 de julio. A todas luces, se orquestó la madre de todos los fraudes electorales, o mejor, el robo del siglo.
En la mayoría de las elecciones fraudulentas, los autócratas manipulan el recuento de votos para robarse uno, dos o hasta tres puntos porcentuales y poder proclamarse ganadores del proceso electoral, pero lo que ocurrió en las pasadas elecciones en el vecino país, bate todos los récords. Maduro, sin ton ni son y ante una mayoría de veedores internacionales mudos y cómplices -a excepción del Centro Carter y otros pocos más- (comenzando por los colombianos Timochenko, Clara López y Ernesto Samper), se inventó un 40% de sus votos, de acuerdo con los recuentos de la oposición y las encuestas de boca de urna.
Pero a nadie debe sorprenderle lo sucedido, el fraude no se dio solo el día de las elecciones, sino que se fue configurando desde hace varios meses. A María Corina Machado se le descalificó como la candidata ganadora de las primarias de la oposición y se le cercenó la posibilidad de aparecer en el tarjetón, gracias a una inhabilidad inventada casi como por arte de magia por el régimen. Tampoco dejaron inscribir a quien sería su sucesora en la contienda Corina Yunis. La foto del dictador apareció trece veces en el tarjetón, y como si fuera poco, cada vez que aparecía en plaza pública advertía del baño de sangre que habría en las calles si ganaba la oposición las elecciones. Todos estos delitos políticos y electorales, tan propios de las dictaduras, tuvieron su culmen cuando el Consejo Nacional Electoral de Venezuela, controlado por el gobierno, anunciara que Maduro supuestamente ganó por el 51.2% de los votos, contra el 44.2% del candidato opositor Edmundo González, después de seis horas de espera.
Se robaron las elecciones. Las actas en manos de la oposición muestran que González arrasó con el 67% (7.086.955) de los votos, contra un 30% (3.225.819) de Maduro, haciendo que el fraude no solo sea evidente, sino burdo. La comunidad internacional debe seguir exigiéndole al dictador que permita un escrutinio transparente con conteo de votos, que dé a conocer las actas del proceso y que una veeduría internacional seria y profesional certifique el resultado final del proceso electoral. Lo que está en juego es la estabilidad política y la paz del vecino país y en gran parte del continente, y quienes somos demócratas por razón y convicción no podemos ser partícipes de la perdida de los derechos más elementales de cualquier pueblo, y mucho menos de uno vecino y hermano como el venezolano. Los dictadores, según el profesor venezolano Moisés Naim en su libro La Venganza del Poder, tienen una fórmula para hacerse con el poder: el Populismo, la Polarización y la Posverdad son el alimento del que se nutren, además de vestirse de demócratas (como lo hizo magistralmente Chávez) para hacerse con el poder.
Colombia debe aprender de los errores del pueblo venezolano para no perder su libertad. Por ello, una vez más insisto en el peligro que representa para nuestra democracia una eventual constituyente. Estamos advertidos; tomemos atenta nota. Por la fuerza o por la razón, un chavista de corazón como Gustavo Petro debe dejar el poder en el 2026. No podemos olvidar una máxima de Winston Churchill quien decía que “La democracia es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás”.
