Por: Gerardo Aldana García
“En el amanecer de los tiempos, el hacedor del universo quiso reflejarse en el hombre y la mujer. En su ilimitado conocimiento, aspiraba encontrar un arte que le permitirá expresarse. Debía ser exacto para manifestar las bellas formas, y sublime para respetar la esencia del ser divino que habitaría en su creación.
Después de un divagar cósmico, vio en la artesanía su mejor inspiración. Entonces se deleitó al empapar el polvo de su heredad con el agua vivificante del paraíso; se sintió doblemente Dios delineando el torso de ella y tonificando con suaves golpes los pectorales de él. Desde entonces, los oficiantes de los saberes ancestrales, extendidos por esta parte del cosmos llamado Pangea, crean y vuelven a crear, para dar alegría a sus congéneres, dignificando cada vez más el arte de ser Artesano”. Con este texto que sirvió de prólogo a una de las tantas publicaciones que dedicado a los artesanos, se busca destacar el invaluable aporte de los artesanos a la construcción de la identidad regional o de un país. Su presencia en el planeta tiene una génesis que le da tanta longevidad como la de la propia humanidad. Sin artesanos, la transformación de materias primas hacia elementos útiles o decorativos no habría sido posible. Ciertamente, el Huila tiene en el oficio de la sombrerería dos manifestaciones de gran reconocimiento regional y nacional siendo una de ellas el sombrero suaceño; la otra, el sombrero de Pindo. En esta ocasión me propongo compartir con los lectores el proceso que lleva tejer un sombrero sueño o Suaza, como también se le conoce.
Esta fibra, conocida en algunos lugares como Palmicha, crece con gran facilidad a las orillas de las quebradas en climas que van hasta los 1.800 metros sobre el nivel del mar. Frente a la planta, la artesana tejedora selecciona los rebrotes que muestran la primera etapa de desarrollo de lo que más tarde será un tallo de la planta madre. Este rebrote tiene una forma un tanto ovalada, con longitud promedio entre 80 cms y 1 metro. Su aspecto es verde. Esta parte de la planta es llevada a la casa o taller de la tejedora. Se pone a hervir en ollas por un lapso promedio de 4 horas; la finalidad, que la fibra se ablande y se vuelva manejable y por su puesto un poco más resistente. Una vez terminado el proceso de cocción, el material es “ripiado”, es decir deshilachado en venas que conservarán el espesor deseado por la tejedora en función de la calidad de su futuro sombrero. En el interior de un cuarto o habitación a media luz, preferiblemente que los rayos del sol no peguen de frente, se extienden cuerdas sobre las cuales se colgarán, a manera de horquilla, cada una de las venas ya cocidas. En este lugar el material se secará y estará listo para la etapa siguiente.
Una vez hervida la fibra, se hará un exhaustivo proceso de eliminación del material que presenta deficiencia para iniciar el tejido. En esta etapa, el ripiado se hace con mayor detenimiento; para tal fin se emplea un hueso de quijada de perro o en otros casos, un implemento en guadua u otro material, con una especie de horqueta en la punta por la cual se desliza el cuerpo de la fibra a dividir. Listo el material, se procede a iniciar el tejido, el cual se inicia con el denominado “empiece”, es justamente la copa del sombrero en donde se entrecruza un conjunto de fibras del material. Para este propósito se utiliza un trozo de madera de forma cilíndrica el cual sirve de base para soportar el tejido y la presión de los dedos de la tejedora. A partir de aquí, la labor de la artesana avanza lenta y meticulosamente, centímetro a centímetro para ir dando una y otra vuelta al sombrero, lo que al cabo de aproximadamente 15 días de trabajo mostrará un producto listo para llevarlo al proceso de machacado o terminado.
Este sombrero presenta al momento previo al machacado, una serie de puntas de Iraca, distribuidas por la base perimetral del mismo y en otras áreas cómo la copa del sombrero; éstas, son cortadas con sumo cuidado utilizando una navaja afiliada o un cortaúñas con buen filo. El artesano machacador, generalmente es un hombre, utiliza una serie de hormas según la talla inicial dada al sombrero. El producto colocado sobre las hormas es golpeado con otro utensilio de forma cilíndrica con un diámetro que apenas supera la abarcadura de la mano del golpeador. Mediante golpes sucesivos, sincronizados y balanceados solamente con la experiencia y precisión del artesano, garantiza que el tejido no será roto, se obtiene el sobrero final que el cliente adquirirá, no sin antes haberse dado de manera manual, los pliegues del sombrero. Para el caso del pliegue perimetral del ala del sombrero, suele usarse la dentadura del golpeador para dar el lucimiento a este quiebre, procedimiento que ha venido en desuso en razón de protocolos de índole sanitaria.