Cuántas veces hemos oído decir a hombres y mujeres destacados, que si no hubiera sido por los esfuerzos de su madre por sacarlos adelante, jamás habrían logrado triunfar como lo han hecho.
Es rara la biografía o entrevista de un personaje, ya sea un dirigente político, líder religioso, industrial, académico, científico, o escritor famoso, en fin, a un triunfador, que no nombre a su madre como el motor que lo impulso a triunfar.
Cientos de veces estos grandes personajes se refieren a los esfuerzo de esa maravillosa mujer que los cuidaba desde su despertar hasta el final del día. Aquella, que los empujó a terminar su estudios primarios, para que accedieran a la educación superior, para que fueran personas integras y consciente de sus deberes ciudadanos.
Ella y sus desvelos, heroína de sus vidas, siempre presente. Una madre, muchas veces sola, o quizá tratando de hacer rendir el magro sueldo de su marido, para sacar adelante a sus hijos. Horas, limpiando, lavando, planchando, cocinando, cuidando al bebé, al abuelo o abuela anciana; trabajando siempre, desde las primeras horas del día hasta bien entrada la noche.
Sin embargo, a cuántos no hemos oído decir, por lucirse con sus amigos o por simple insensibilidad, estupidez o machismo: ‘mi mujer no trabaja, se la pasa todo el día en casa sin hacer nada’.
Yo quisiera verlos hacer el trabajo de una madre que se queda en casa, supuestamente “sin hacer nada”. Les apuesto que no resistirían ni un día entero cuidando a un bebé, cambiando pañales, preparando teteros, arrullándolo para dormirlo, tratando que no llore… ¡Que no llore más, Dios mío!, corriendo detrás del otro chiquito, recogiendo el desorden, cuidando al enfermito… ¡Que le baje la fiebre, Diosito! Hablando con el maestro que tiene quejas del hijo, consolando a la hija porque la dejó el novio, haciendo mercado, preparando la comida para el resto de la familia, repartiendo consuelo, regaños y promesas.
No caben en esta columna los oficios múltiples, repetitivos, de mucama, cocinera, enfermera, psicóloga, maestra, jardinera, que tiene que efectuar una ama de casa durante un día. Trabajos monótonos, agotadores, sin brillo, ni gloria, peor aún, sin sueldo, prestaciones sociales o pensión para cuando esté viejita. ¡Horror!
A partir de la Revolución Industrial, cuando muchas mujeres comenzaron a obtener empleos como obreras en las fábricas y luego, a partir de 1940, cuando la mujer educada engrosó la fuerza laboral del mundo, desde entonces, la mujer casada o soltera, con hijos, enfrentó la doble jornada, la de obrera o profesional y la de ama de casa.
Una doble jornada, no reconocida laboralmente, no remunerada. Con todo lo que se ha avanzado en los derechos de la mujer, aún no se le reconoce su trabajo en el hogar. No recibe por él ni un salario mínimo. Esto es parte del círculo de pobreza que sufren nuestros pueblos.
Esta injusticia contra la mujer tiene que cambiar. No es una cuestión de “amor maternal o filial”, es una cuestión de justicia laboral. A la mujer se le deben reconocer económicamente el trabajo de ama de casa, sobre todo a aquellas en situación de pobreza.
A ver qué candidato a la Presidencia de Colombia toma esta bandera.