Por: Juan Carlos Cortés G.
Con el telón de la pandemia y de la arbitraria y peligrosa invasión de Putin a Ucrania, Colombia abre las urnas, en un inédito proceso con tres condiciones especiales: la presidencialización de las elecciones de Congreso, la instauración práctica de un esquema de escogencia presidencial a tres vueltas y la votación para las controvertidas curules de paz.
Naím sintetiza con propiedad las características que experimentan las sociedades y que colocan en jaque las democracias, al señalar que la polarización, el populismo y la posverdad provocan una tendencia hacia el poder autoritario.
El país vive unas elecciones en la política de la posverdad, distante de las soluciones ciudadanas, de la deliberación y del liderazgo provocador de consensos.
Ostentar el oprobioso título de contar con el mayor número de muertes de líderes defensores de derechos, los escándalos de corrupción política y administrativa y la desazón del debate ideológico, oscurecen avances y oportunidades.
A lo anterior se suma en tormenta perfecta, una situación global de incertidumbre, que evidencia una América Latina dispersa y superflua frente a las violaciones de derechos humanos en la invasión rusa, conformación de bloques radicales, ineficacia de las instituciones internacionales y graves consecuencias económicas, que profundizan las crisis energéticas y de inflación en el mundo.
Apreciar las vallas de las campañas electorales muestra la condición del debate político, al centrarse las propuestas en desconocer al contendor, como si la posverdad, que pinta de verídicas muchas falsedades, exigiera la política del odio para triunfar, aún a costa de la gente.
Vote por este para que no gane aquel; no reconozca a tal, pero sí a este que me apoya; escoja entre expropiación y libre mercado; descalifique a otro y solo reconozca la democracia en caso de ganar, son falsos dilemas que se plantean a un electorado preocupado por el alza de los precios y por una posible presión del botón nuclear.
La política a lo Putin está al orden del día en todas partes y es deber ético frenarla. Racionalidad, ponderación, independencia y decisión de participación y voto, son esenciales en estos momentos.
Ojalá se acerque Colombia a un 60% de participación el 13 de marzo y en el cubículo se vote a conciencia. Es el momento de jugar limpio, por las presentes y las futuras generaciones.
Es tiempo de reconocer logros de país. Quien encabeza las encuestas en las consultas es producto de un proceso de paz; los jueces son autónomos y sus decisiones se cumplen; la sociedad responde con solidaridad para cruzar el desierto de la pandemia; la economía se reactiva; un Estado que hace tres décadas se apreciaba inviable, ahora es reconocido como referente regional de capacidad institucional.
Votar con inteligencia para integrar el Congreso es esencial, pues es allí en donde se define la suerte del país y se garantizan los equilibrios de poder necesarios para la convivencia. Esa es la prioridad inmediata, no se olvide.
Arranca en serio la carrera por la Presidencia. Su intensidad, no puede hacer olvidar que quien la ejerza es el símbolo de la unidad nacional, no el más hábil beneficiario de respaldos políticos. La sociedad tendrá que exigir a sus candidatos liderazgo, talente constitucional, experiencia para superar crisis y compromisos concretos de respeto a la democracia, que se expresen desde los actos de campaña.
Retomar la convocatoria a una consulta popular sobre las reformas sociales y económicas fundamentales, abriría un espacio de confianza y participación, para trascender el conflicto electoral y promover una construcción colectiva más allá de la lógica vencedores/vencidos. Después de los escrutinios se requerirá aún más democracia: tarea de todos.