Ruber Bustos Ramírez
Como cafetero con herencia familiar en este sector, veo con preocupación el envejecimiento de nuestra población rural. Esta migración hacia las ciudades es una realidad: muchos jóvenes buscan mejores oportunidades educativas y laborales, dejando atrás las tierras que han sustentado a nuestras familias por generaciones.
La Federación Nacional de Cafeteros (FNC) ha identificado este problema y trabaja en el eje de desarrollo social, promoviendo la equidad de género y generacional como claves para revitalizar nuestra caficultura. Las mujeres, que representan el 35% de los productores, deben tener las herramientas necesarias para desarrollar su potencial en este sector. Es alentador saber que el 20% de la representación gremial está compuesta por personas menores de 45 años, lo que indica que los jóvenes están comenzando a tomar parte activa en la toma de decisiones.
Iniciativas como «Escuela y Café», apoyadas por la Fundación Manuel Mejía, están sentando las bases para que nuestras instituciones educativas formen a los jóvenes en competencias relevantes para la producción sostenible de café. Este programa, que ha llegado a más de 50 escuelas en regiones cafeteras, no solo les ofrece un futuro en el sector, sino que también ayuda a reconstruir la economía de nuestras comunidades. La propuesta curricular busca que los estudiantes adquieran habilidades prácticas, con el objetivo de que al finalizar su formación, estén listos para administrar de manera eficiente y sostenible sus fincas.
El proyecto de Salomón Artunduaga en Pitalito, al igual que en otros municipios como Gigante, Garzón, Timaná, Acevedo, entre otros, que conecta a los jóvenes con diversas cadenas del café, es un ejemplo de cómo podemos innovar y añadir valor al producto. Sin embargo, muchos jóvenes enfrentan obstáculos como la falta de acceso a crédito, que afecta al 70% de los caficultores, y a infraestructura adecuada. Es vital generar oportunidades no solo en la agricultura, sino también en actividades económicas diversas que mantengan a los jóvenes en sus comunidades.
Sin embargo, la tarea no es fácil. Las condiciones de vida en el campo son un factor determinante que aleja a los jóvenes de sus raíces. Acceder a crédito, mejorar la infraestructura y asegurar vías transitables son pasos necesarios para que el campo no se quede en manos de generaciones más viejas. Urge al Estado y al gobierno hacer frente a estas necesidades, generando opciones para los jóvenes que no solo incluyan la agricultura, sino también actividades económicas diversas que les permitan desarrollarse plenamente en sus comunidades.
El futuro del campo colombiano depende de nuestra capacidad para atraer a la juventud, dándoles herramientas, oportunidades y un sentido de pertenencia. A través del empalme generacional, podemos mantener vivas nuestras tradiciones cafetaleras y construir un sector más inclusivo y sostenible. Como cafetero, estoy comprometido con esta causa y espero ver un campo lleno de jóvenes apasionados por la caficultura, listos para enfrentar los retos y aprovechar las oportunidades que se presenten.
La caficultura no solo es un medio de vida; es una forma de preservar nuestra cultura y legado. Es hora de que todos trabajemos juntos para asegurar que el campo se mantenga joven y vibrante, listo para enfrentar el futuro.