En alguna ocasión destacábamos la importancia de la amistad y especialmente la de un hombre consagrado a la música y la espiritualidad luego de haber trasegado en una etapa de crecimiento social y humano que lo ha hecho grande, para quien escribe esta notas, y que por consiguiente merece todo mi respeto y mi admiración.
Su vida es un ejemplo. Ha conquistado muchos éxitos en el campo de la composición musical y especialmente en su familia ha logrado dejar una huella que trasciende, hasta el punto que luego de superar situaciones aflictivas muy profundas, se empeñó en dedicar gran parte de su tiempo a ser un carguero en las procesiones y quien luego de más de treinta y cinco años de ésta práctica en Semana Santa en Popayán, se retiró con mucho reconocimiento por su dedicación y empeño en conservar las tradiciones cristianas de la ciudad blanca.
Hablamos del compositor y del amigo Enrique Tobar, a quien conocí hace pocos años, pero con quien quiero unirme en solidaridad luego de un accidente ocurrido en el primer mes del año, que como él afirma, por un milagro y la protección del Dios de sus creencias, salió prácticamente ileso de esta dura etapa de su vida.
Su nota es interesante y con su venia, he decidido compartirla para tener en cuenta algunos aspectos valiosos que siempre debemos tener presentes, cuando confiamos en un amigo y cuando encaramos la tragedia y el dolor, como parte inmanente del quehacer cotidiano de quienes trasegamos por la vida, muchos no entendemos el acaecer, pero otros, lo simbolizan en forma trascendente para sacar experiencias y entregar a los demás, una huella a seguir, un camino a reconocer. Dice así:
“Hola amigo. Por un instante de infortunio, el destino imponente y sobrehumano nos da enseñanzas a veces alegres y otras veces tristes. A veces confortables y a ratos rudas. Hoy me tocó una de esas rudas pero tal vez esas son las mejores en la formación del ser.
“Sin más te contaré que tuve un accidente, el que era mi muy hermoso y querido carro se fue loma abajo terminando en un precipicio y estrellándose en el fondo de un río.
“El valor de la vida y la salud. Gracias a Dios, a pesar de todo, solo sufrí muchos golpecitos y rasponcitos a flor de piel. Dadas las circunstancias del accidente y la forma como terminó, podría decir que a pesar de todo: salí ileso.
“Hoy después de dos días y totalmente recuperado físicamente, muy nervioso, muy asustado, con mucha tristeza, porque duele perder lo que ha sido el fruto de mi trabajo, porque soy una persona que se ha ganado las cosas a punta de mucho esfuerzo y sacrificio y en mis actos he procurado ser un hombre de ideales ejemplares, siento a ratos que todo se desmorona. Pero bueno, Dios es mi pastor y nada me faltara. No quiero que te preocupes por mi salud, estoy muy bien.
“Psicológicamente aún sigo luchando, es muy pronto, como una película sin fin. Un sueño esperado del cual no sé si despertar o seguir pensando que todo fue un sueño, solo un sueño.
“Pero la realidad es dura. La realidad te pega y hay que darle tiempo al tiempo. Por ahora gracias a Dios puedo enviar este saludo y un abrazo muy fraternal a un amigo y un ser como ejemplo de vida, lo cual ratifico cada día y a cada instante que compartimos una palabra, un mensaje, una voz de aliento.”
Las palabras de Enrique Tobar Plaza, quedan para mí, no como un mensaje de resignación, sino como un mensaje de valor y de reconocimiento de que tenemos que aceptar el acaso, como forma de fortalecer nuestros principios, nuestros valores y adquirir la plenitud de la conciencia de todo lo que es fundamental en la construcción de la vida y de la amistad, como parte esencial de la comunicación entre los seres humanos.