Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Pienso que todos tenemos claro que por posconflicto se entiende aquel periodo de tiempo que sigue después de un conflicto armado, cuya superación puede ser total o parcial. El postconflicto total se genera cuando las partes han llegado a un acuerdo de paz o cuando una de las partes se somete a la otra.
Hace algunas semanas escribí acerca del eterno conflicto colombiano, que claramente no comenzó con la conformación de los grupos guerrilleros que todos conocemos y que poco a poco se fueron armando, pero que también de uno a uno se han venido desmovilizando, lográndose generar una especie de calma chicha, en un país desigual, con colosales problemas sociales y elevados niveles de corrupción, que al mezclarlos todos se convierten en caldo de cultivo para la creación de nuevas fuerzas armadas organizadas delincuenciales.
El proceso de negociación y firma de la paz con las denominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC – EP), tuvo la mejor y más sana intención, pero obviamente fue seguido por el posconflicto, época en la que se debían sanar heridas tras décadas de guerra interna, de injusticias, homicidios, secuestros, desapariciones, actos terroristas y otro tipo de violaciones a los derechos humanos, en una etapa de verdad, justicia y reparación, seria, honesta y estable, honrada por las partes.
Ese pésimo manejo que dio el Gobierno nacional a este periodo de tiempo, condujo a la estructuración de dos vertientes disidentes, una la que se denomina Estado Mayor Central y la otra llamada Segunda Marquetalia, ambas operando en diferentes zonas del país, generando zozobra entre los habitantes, con acciones mucho más fuertes y lesivas para la comunidad civil, en algunos departamentos.
Ahora nuevamente, el pueblo colombiano está frente a una situación sumamente compleja, porque siente que al Jefe de Estado le ha venido quedando grande atender esta problemática que cada día se agrava más y toma más fuerza.
Mientras tanto, en las ciudades se desborda la delincuencia común, complejizando mucho más el contexto, menoscabando la tranquilidad y llevando a la población a actuar de manera igualmente violenta, algo que es verdaderamente lamentable, como lo pudimos observar en días pasados en el caso en que un padre al ver a su hijo baleado por un bandido, actúa junto con otras personas logrando someter y desarmar por la fuerza al malhechor, pero en medio de la terrible situación decide darle muerte a éste, generándose una triple tragedia, con herido de gravedad, muerto y proceso judicial por homicidio.
Todo esto hace parte de una etapa mal manejada, en un momento en el que la juventud no encuentra oportunidades, ni logra avizorar el horizonte, deteriorándose cada día más el tejido social y volviendo a tiempos que verdaderamente quisiéramos olvidar.