Amadeo González Triviño
No se necesita ser sociólogo, psicólogo o filósofo para buscar elementos que nos ayuden a entender y comprender la forma de ser y de pensar de muchos seres que se mueven a nuestro alrededor, creo que se requiere un poco de comprensión del otro y, sobre todo, dimensionar en alguna medida, esa forma de actuar, de expresarse y de comportarse de éste y de aquél.
El sociólogo busca el análisis tanto del individuo como de la sociedad, de las formas del ser en un conjunto hacia la realización de los propósitos que hacen parte de un todo, en lo que últimamente pueda ser la culminación de etapas formativas de esos individuos, es decir, que hay una simbiosis de valoración y de estudio comportamental que han de direccionar o que movilizan esas conductas hacia un fin último, la armonía, la convivencia y sobre todo, la paz integral de los seres en el medio en el que luchan y se enfrentan por superar la adversidad y ser feliz, como debe ser la premisa del ser humano.
El psicólogo por su parte se ocupa del individuo, quizá como decíamos hace mucho tiempo y ahora lo refrendamos, el psicólogo debe en su ciencia encaminarse al proceso formativo de la conciencia humana a partir de los afectos y de las respuestas que se dan en los grupos sociales y la coherencia de esos comportamientos en uno y en otro, de tal forma que haya una coherencia entre sus actitudes y la receptividad social a la que pertenece. Es el individuo que ha de enfrentarse y llevar la carga de su existencia y de sobreponerse a las afugias, angustias, o quizá sobreprotección de la que haya recibido desde su infancia y hasta su adultez. Es un proceso cíclico de la formación del individuo en el acercamiento hacia la satisfacción de su propio espíritu, de su paz interior, de su liberación de traumas o de represiones que haya acumulado o de las que haya sido partícipe como observador o como víctima.
Y finalmente el filósofo que cuestiona la razón de la existencia, el fundamento de la misma, y que nos entrelaza a la realidad con los sueños o con las aspiraciones sobre el conjunto de ideas y formas de interpretar la vida y la muerte, en suma de una sola concepción para asumir su compromiso con el presente o el devenir de esa existencia, es una forma de querer responder todo aquello que en determinado momento nos cuestiona sobre lo material y lo inmaterial, lo que se tiene y todo aquello que nos es ajeno, el universo y su partícula.
Así las cosas, es por lo que terminamos por aceptar que cuando en las redes sociales, en la participación política o en curso habitual de las conversaciones y de los tratos entre los seres humanos, afloran los resentimientos, los odios y se da cabida a todas esas perversiones que pretenden acabar con el otro, que buscan destruir la imagen o dañar emocionalmente o moralmente a otra persona, es cuando tenemos que entender que ese conjunto de factores nos precisan una concepción de que la época de la inmadurez sigue latente y que no han bastado elementos académicos, morales o éticos, tanto pregonados por la religión o por las ideas que se conciben a partir de una realidad social, no son afines entonces y todo se convierte en un atentado que lesiona, que destruye, pero que sobre todo, libera al otro o libera a los otros, de todo ese carcoma que los ha invadido por dentro y que necesitan expulsar o sacar de lo profundo de su propio ser.
Estas manifestaciones de odio, de resentimiento y de racismo o de clasismo social, hacen parte de todo aquello que hemos combatido y que seguimos luchando por construir, cuando soñamos con un hombre libre, con una paz integral, con un medio de respeto al otro y de convivencia total sin linderos entre unos y otros.
Conversando o en alguna disquisición con mi propio ser, he querido justificar esas situaciones al advertir que de no ser por las redes sociales, que de no ser por esos medios de comunicación sectarios y retardatarios que tenemos en nuestra patria, como en muchos otros lugares del mundo, el ser humano no tendría otra alternativa liberadora de su mala educación, de su concepción errada de la sociedad, y sobre todo, de la tergiversación de la explicación del mundo que lo rodea, y que de no hacerlo, ese lindero entre el sicariato moral y físico, no hay mucha distancia y se unen a la perfección, con el único fin de encontrar un resultado: destruir al otro.