Por: Winston Morales Chavarro
El poeta huilense Esmir Garcés Quiacha es un desplazado de la violencia. Por bagatelas del destino beligerante del país salió muy temprano de su tierra natal, Algeciras, pues como dijera su padre: «Nos vamos o estos muchachos se vuelven guerrilleros». De origen campesino, pescador, buscador de nínfulas terrestres, Esmir Garcés ocupa la mayor parte de su tiempo entre el periodismo, la comunicación comunitaria y la creación poética, lo cual lo posiciona como uno de los grandes creadores de la literatura huilense contemporánea.
Los inicios
Estudió su bachillerato en el colegio IPC de Neiva, donde se matizó por su interés hacia el teatro, la literatura y el periodismo. Allí creó un órgano de comunicación alternativo donde los estudiantes plasmaban sus conceptos sobre la academia y la sociedad. Posteriormente realizó estudios de comunicación social con énfasis en comunicación comunitaria en la Universidad Abierta y a Distancia (UNAD), que debía superar con la dedicación del caso, pues laboraba como celador de la Clínica Central de Especialistas de Neiva. Una vez dijo: «Allí conocí a grandes médicos. No obstante, debí enfrentarme también a individuos de un carácter bastante complejo e incluso llegar a profundizar sobre la condición humana; el médico, por asuntos de trabajo, olvida la sensibilidad que debe primar en él como ser social y se vuelve un poco técnico. Afortunadamente son muchos los sensibles y poquísimos los técnicos». En otro momento decía también: «En la universidad estuve becado por mi rendimiento académico durante casi toda la carrera, pero una vez entendí que en la literatura se es o no se es, me entregué con fragor a los libros, constituyéndose la poesía en mi propio lenguaje y en mi propio periodismo. Nunca he entendido la literatura como un hobby».
La loca poesía
Terminó la universidad con honores y renunció a su trabajo como celador para entregarse totalmente a la búsqueda poética. «Alguna vez un profesor universitario, despistado, además, como suele ocurrir con ellos, aseveraba con mucha sorpresa cómo un celador, poeta para más señas, podía ganar un concurso departamental de poesía. Yo me preguntaba angustiosamente: “acaso Miguel Hernández no era pastor de ovejas?”. La poesía no es posición social ni títulos universitarios, ¿cuántos aquellos que se doctoraron en París o España y no lograron el talento literario?».
Esmir Garcés Quiacha ha ganado el Concurso Departamental de Poesía «José Eustasio Rivera» en seis oportunidades (1998, 2000, 2001, 2004, 2007 y 2014) y el Concurso departamental de Ensayo “Jenaro Díaz Jordán” en el 2019. Ganador del Concurso Departamental de minicuento “Rodrigo Castañeda – Palermo, Huila (2018). Ganador del Concurso Nacional de Poesía de la Universidad Industrial de Santander (UIS) (2009). Ha sido jefe de redacción del Periódico Neiva y pertenece al comité editorial de la revista Hojas Sueltas de Literatura.
El ambiente literario
Para un poeta es menester inaplazable crearse un ambiente literario. Como dijera el poeta francés Antonin Artaud: «Necesito poesía para vivir y quiero tenerla a mi alrededor». Por esta extraña circunstancia, por este sino inexorable del poeta, Esmir Garcés crea su propia atmósfera literaria, ese paisaje de la infancia que aparece en sus primeras creaciones. «En mi casa sobreabundan los libros, creo poseer en este momento alrededor de tres mil títulos. Creo que los libros son fundamentales no por dar contextos literarios en el hogar, sino por la presencia que ellos mismos sugieren: los autores se pasean por los cuartos, rondan sus voces por los cristales de los grandes ventanales, siente uno su aliento».
Algo que llama poderosamente la atención es el hecho de que Esmir se niegue rotundamente a un oficio racional, que ocupe su tiempo en labores que comprometan su oficio creador: «No me imagino trabajando ocho horas diarias en un escritorio. El trabajo mecánico obnubila al ser humano, el instinto creador se mengua por esa noción del bienestar y el confort». La mayoría confina su bienestar a lo meramente económico o a la acumulación de propiedades y divisas. Aunque el poeta trabaja no ocho, sino veinticuatro horas, lo nuestro es una búsqueda casi fáustica: el saber, la virtud, el intelecto y la coherencia son nuestra máxima preocupación. De allí la diferencia con los políticos contemporáneos, pues la política en esencia es poesía y los terratenientes locales sólo se ocupan de lo inmediato, de lo tangible, de lo visible; esa es nuestra gran diferencia con los mandatarios locales y los supuestos líderes de la burocracia huilense.
Esto es Esmir Garcés Quiacha: un hombre desplazado por la violencia e instaurado, para fortuna del país, en un territorio mucho más amplio y reconfortante: la poesía y la creación literaria.