Ante los hechos registrados el pasado 16 de agosto que atentaron contra la libertad de expresión y la prensa, sobre todo contra la integridad física y emocional de parte del equipo periodístico del Diario del Huila, que cubría el plantón de los policías y soldados en uso del buen retiro en Neiva, les presentamos una crónica que narra la situación que se vivió.
Diario del Huila, Crónica
Por: Santiago Tovar
La noche anterior había sido larga, se había extendido hasta la madrugada. Los deberes no podían esperar y debía cumplir. Lo mismo pensé esa mañana al despertarme y pensar “puedo dormir un poco más”. No fue así; el despertador sonó y con un reflejo instinto ya estaba sentado en mi cama. El café de la mañana no pudo faltar, mientras en el fondo escuchaba las primicias noticiosas del día.
Al salir de mi casa, pude sentir ese sol reluciente que te penetra en la piel y genera una sensación de hormigueo. “Hoy va a calentar duro” manifestó un vecino, mientras cruzábamos miradas. El cielo, como el color del mar, resaltaba ese día.
Al llegar, el sol no había cubierto todavía las escaleras que conducen a la plaza de banderas de la Gobernación del Huila. Ese majestuoso edificio que se extiende a lo largo, me permitió sentarme a su orilla para cubrirme del sol. El tiempo de espera, me permitió contemplar el movimiento del parque. El cantar de los pájaros, los zapateros ordenando sus tintos y el señor de la lotería desempacando su puesto de trabajo. Todo esto, mientras de fondo se entonada música de sepa huilense. Al son del Barcino, los neivanos atravesaban el parque Santander con apuro, mientras que otros, se tomaban el tiempo para brindarme un saludo de buenos días al pasar.
La hora convocada ya estaba en las manecillas del reloj. Con la puntualidad que caracteriza a una persona de la vida militar, personas que portaban la camiseta de la Selección Colombia y llevaban en sus manos banderas de nuestro país, empezaron a acercarse al punto de encuentro. Hombres mayores, acompañados de sus esposas y portando con orgullo sus gorras de Veteranos.
Como un símbolo de nacionalismo, cada vez más la plaza de banderas, se llenaba de personas con buzos de la tricolor; unos amarillos, otro rojo y unos más azules, como si del día de la independencia se tratara. Así mismo, hombres y mujeres, se acercaban al lugar con su ropa de color blanco. Bajo las banderas y junto a mí en las escaleras, los marchantes se agruparon.
Los minutos pasaban y no lograba identificar un orden, ni tampoco un líder que tomara la vocería. La poca afluencia de participantes, la comentamos con una colega del medio que se acercó al lugar. Vía WhatsApp, junto al equipo de prensa, comentábamos lo que estaba ocurriendo.
En vista de la hora y la poca afluencia que se evidenciaba, la colega decidió partir. Simultáneamente, estábamos en comunicación con el equipo, dialogando sobre cuál debía ser el cubrimiento, teniendo en cuenta lo acontecido. La decisión, grabar videos generales para redes sociales.
Procedí a grabar un video con mi celular. Esto detonó las miradas extrañas de algunos participantes que comentaban entre ellos, mientras me observaban de pies a cabeza y señalaban sin mayor reparo en mi dirección.
Mientras dialogaba con el equipo vía WhatsApp y simultáneamente, me encargaba de publicar el video en nuestra red social de Instagram, no me di cuenta que hombres participantes del plantón, se acercaban a mí. Un hombre vestido con buzo blanco me abordó, acompañado de más hombres que junto a mí se detuvieron.
El tono autoritario, dio apertura a un reclamo, más que a una pregunta “¿Quién es usted? ¿Por qué está aquí? ¿Por qué nos toma fotos sin nuestra autorización?”, fueron los cuestionamientos de mi presencia en el lugar y mi acción de grabar un video. De forma reiterativa, uno tras otro inició una avanzada de cuestionamientos, mientras solicitaban mi identificación.
Mi respuesta fue tranquila. Estaba allí para realizar un cubrimiento de su proceso de protesta. No cedí ante el tono con el que me abordaron, ni tampoco negué el porqué de mi presencia allí. Con evidencias en mi celular, intentaba demostrarles mi identidad. Esto no bastó, porque la presión, pasó a un hostigamiento. Frases como “debe ser infiltrado” “debe hacer parte de la primera línea o de la guerrilla” empezaron a ambientar el lugar y atizar el carbón para lo que se venía.
La tranquilidad ya no estaba en cintura, como se lo manifesté a un colega por llamada, mientras evadía comentarios, miradas y roces por parte de ellos.
La presión aumentó cuando giré mi cuerpo y un hombre se interpuso, impidiendo mi paso. Su expresión en el rostro era de rabia; podía notar su cara de desprecio hacia alguien que intentaba salir de allí, tildado de “infiltrado” e “integrante de la guerrilla”. No podía marcharme hasta que un integrante del equipo periodístico se desplazara hasta el lugar para validar mi identificación, era lo que gritaban. Mis intentos por demostrar mi identidad habían sido nulos.
El tono de voz escaló. Ya no eran unos pocos hombres a mi alrededor. Había trascendido a ser rodeado por hombres que en sus cuellos portaban camándulas, en sus torsos buzos de Colombia y en sus manos banderas del país. Dios y Patria, expresaba esa escena y yo era el enemigo.
El primer hombre que me abordó, fue el mismo que se interpuso en mi camino para negarme el paso y fue el mismo, que al pararse frente a mí, me dijo “yo a usted si le meto la mano”.
En el intento por demostrar mi identidad, el teléfono se convirtió en mi escudo. Cada vez, el círculo se hacía más pequeño y hombres se sumaban a los reclamos e insultos. Desde mi perspectiva, solo observaba caras de rabia y desprecio, acompañados de un tono de voz despótico.
Al tener el celular frente a mí, un hombre optó por intentar arrebatarlo de mis manos. El hostigamiento escaló, como también el pánico y el miedo. En vista de que no soltaba mi celular, el hombre en su esfervencia, mientras se mordía su lengua y se saboreaba sus labios, gritaba “si no me pasa el celular por las buenas, se lo quitaremos entre todos a las malas”.
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Ese fue el grito de tomar la delantera. Someterme era el fin. Sus brazos se abalanzaron sobre los míos, y yo sin poder hacer mucho, solté mi celular y solicité ayuda. Aunque muchos ojos estuvieron observando, las acciones fueron nulas.
En mi éxtasis no podía entender lo que sucedía. Hombres se habían ensañado contra mí por ejercer mi profesión. Me habían arrebatado el celular y me tenían retenido contra mi voluntad.
Colegas de otros medios en su intento por intermediar, hacían llamadas y expresaban que me soltaran, a lo que ellos no respondían. Manifestaban que yo era el “infiltrado” y que estaba allí “para filtrar información a la guerrilla”. Solicitaban la presencia de un colega, directivo o integrante del equipo que validara mi identidad, como si de un juicio se tratara y ellos fueran la máxima autoridad.
Lo que sucedió después se perdió en mi memoria. Los recuerdos borrosos de hombres sujetándome, personas a mi alrededor gritando y colegas intentando remediar, solo quedan de ese momento.
La Policía por fin hizo presencia. Es en ese momento cuando estos hombres sueltan mis brazos, me devuelven mi celular y puedo retirarme del lugar. Las miradas de las personas a mi alrededor eran de desprecio. Me juzgaban sin yo entender. Podía ver como se rumoreaba entre ellos y veía como a un delincuente.
Lo sucedido, demuestra el grado tan alto de polarización en la que se encuentra nuestro país. Partiendo del contexto electoral en el que nos encontramos, ya que según La Misión de Observación Electoral (MOE) en su informe de violencia preelectoral, de cara a las elecciones regionales de octubre, indica que “el periodo electoral de 2023 se ha mantenido como el más violento registrado en la historia reciente del país”. En los primeros siete meses del calendario electoral, se han registrado 320 hechos de violencia, comparado a las elecciones regionales anteriores, año 2019, donde solo hubo 233 actos de este talante, según datos de la MOE.
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Esto ha aumentado la oposición al gobierno actual, y decaído la imagen favorable del presidente Gustavo Petro, según la nueva encuesta de Invamer. De ahí que, se dé como resultado la convocatoria de marchas, plantones y demás muestras de insatisfacción, por la inseguridad en la que se encuentra el país.
El hecho que sufrí, tampoco es un escenario aislado de este contexto. Según la fundación para la Libertad de Prensa FLIP “un periodista es amenazado cada dos días y en el 70% del país se ha amenazado al menos a una o un comunicador”. Nuestro ejercicio, está sometido a este tipo de escenarios, por lo cual, es responsabilidad del Estado prevenir este tipo de hechos con su presencia, pero también sancionar los hechos de violencia que se presenten contra la prensa.