Por: Luis Alfonso Colmenares Rodríguez
No hay duda de que en Colombia existen muchos jueces que son honestos, apóstoles de su trabajo, que son admirables y valientes, hasta el punto de exponer la vida porque toman decisiones difíciles.
Pero la opinión general es que una gran mayoría de personas encargadas de administrar justicia son perezosos, lentos, le cuestan mucha plata al presupuesto, son una tortura, y no se ven los resultados. Lo que más se nota, es el actuar de los malos administradores de justicia, de los que toman decisiones amañadas, y que se constituyen en la peor plaga del país.
Lo anterior hace que los juicios, los procesos judiciales, los recursos, las pruebas, estén muy lejos de ser una garantía para una justicia pronta y expedita. Usualmente se dice que la justicia lenta no es justicia. Y es una de las causas de mayor desespero y decepción para la gran mayoría de los colombianos.
Lo tengo que decir, con toda la claridad de la que soy capaz.
La rama judicial abandonó sus responsabilidades. El poder judicial no es eficiente ni brinda las garantías para que solo el derecho imponga el orden.
Los jueces, de arriba hacia abajo, deben hacer las cosas muchísimo mejor que cualquier otro funcionario público.
Se dice que cada uno habla de la fiesta como le vaya en ella, pero voy a hacer un esfuerzo de objetividad y les ofrezco mis disculpas por lo personal de lo que digo, pero es que tengo que decirlo.
Pasaron cuatro años para que el Tribunal Superior de Bogotá produjera una decisión que no resolvió nada y más bien terminó de revolverlo todo.
Según el análisis de los magistrados, no está probado que en el crimen de mi hijo se haya cometido un homicidio, como ya lo había dicho el mismo Tribunal en otra sala, y que tampoco está probado que Luís Andrés se hubiera accidentado.
Pero, sin homicidio ni accidente mi hijo está muerto hace diez años, seis meses y diecinueve días que se cumplieron el día que el Tribunal produjo la absurda decisión. ¿Quién lo duda?
Yo quisiera dudarlo, y seguir pensando que en cualquier momento me llamará o estará a mi lado hablando de cualquier cosa…
Para el Tribunal de Bogotá no fueron suficientes todas las pruebas que aportó la Fiscalía: necropsia, exhumación, interceptaciones telefónicas, ni nada.
Todo está mal hecho y lo único que sirve es el trabajo de la contraparte, que no aportó ninguna prueba material sino solo testimonios para descalificar las pruebas de la Fiscalía.
Yo entendiendo la presunción de inocencia y la duda razonable como derechos para que nadie pueda ser condenado sin que haya suficiente certeza de haber cometido un delito.
Pero lo que no entiendo es que se tenga que llegar a la impunidad para resolver un caso y no se establezcan las correspondientes responsabilidades.
La justicia quedó en deuda conmigo y con mi familia. Solo queda una verdad: que hubo un muerto y que ese muerto es mi hijo, Luis Andrés (Q. E. P. D.).
Este caso es otra prueba del “estado de cosa inconstitucional” en el cual se encuentra la rama judicial en Colombia y de la necesidad urgente de hacerle una alta cirugía.
Viven llenos de privilegios de arriba hacia abajo, desde magistrados hasta jueces de pueblo, pero los resultados no tienen la misma proporción.
Ante los ojos de DIOS y la memoria de mi hijo, así como ante los colombianos que siempre nos expresaron su apoyo y solidaridad, queda la constancia de que hice todo lo necesario, y no descansé un solo día, para que hubiera justicia en ese crimen.
Pero no se pudo, y hasta aquí llegué yo.
Todo el que obra mal, al final le irá mal. Y es posible que al principio las cosas le salgan como las haya planeado, pero tarde o temprano DIOS se encargará de pasar factura. La Justicia Divina es algo de lo que nadie puede escapar.