Los permanentes bloqueos que tienen sitiados a los municipios, por parte de algunos grupos extremistas, están aprovechando el inconformismo social por las grandes reformas económicas y sociales que ha venido presentando soterradamente el gobierno nacional, a consideración del Congreso de la República que afectan ostensiblemente el bienestar general de la sociedad colombiana, han generado los `permanentes bloqueos que se han convertido en una constante en algunos territorios del país.
Por este motivo, la opinión pública aboga para se inicien las negociaciones entre el Comité Nacional de Paro y los Sindicatos, con fin de bajarle intensidad a las protestas sociales sobre las demandas que han colocado sobre la mesa, ante las instancias nacionales. La sociedad colombiana no aguanta más. Hoy se cumplen dieciocho días de movilizaciones sociales en todo el territorio nacional que, lamentablemente, han desembocado en trágicas muertes, bloqueos y desabastecimiento en ciudades y enfrentamientos entre la Fuerza Pública y manifestantes. La convocatoria original de la protesta, que se generó por el hundido proyecto de reforma tributaria, ha resucitado demandas y reclamos ciudadanos que hacen eco de los paros ocurridos en otrora. Urge detener la violencia y avanzar en un espacio de concertación eficaz.
Pero hay que mirar el desespero de la población que es cada vez mayor. La falta de alimentos y los bienes vitales para la supervivencia, tiene su límite. En muchas regiones del país, se están organizando marchas de la ciudadanía, que buscarán ante los líderes de los bloqueos la apertura total de las vías y que pueden desencadenar hechos violentos para restaurar la normalidad en las vías.
Por eso consideramos que deben cesar los bloqueos, mientras se dialoga y se concreta el accionar gubernamental. El diálogo con sinceridad y objetividad, debe ser el camino. No podemos desviar el foco de atención hacia los extremos politiqueros que buscan algunos sectores de la oposición para asumir el poder a partir del 2022. Tampoco podemos convertir a Colombia en una Venezuela. Pero tampoco se pueden seguir aplicando los instrumentos de la política económica, para favorecer solo a los conglomerados económicos y que vayan en detrimento del bienestar social de la población.
No hay diálogo eficaz si una de las partes no quieren, o no les conviene, escuchar. En ese sentido, las fuerzas políticas y los ciudadanos descontentos en las calles cuentan con la doble oportunidad de frenar los violentos enfrentamientos y de establecer un canal de discusión de sus propuestas con el Gobierno Nacional. Es la hora de quitarles oxígeno a las llamas de la polarización y poner estas vías de diálogo por encima del cálculo político cortoplacista. Hay que apuntarle al diálogo social. Desarmar los espíritus implica construir una senda creíble y honesta para la conformación de los consensos necesarios.