Por. Julio Bahamón.
Este título con el que encabezo hoy mi columna de opinión lo he sacado del que utilizo el analista, historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari, en uno de sus más importantes artículos escrito recientemente a raíz del conflicto entre Israel y el Estado Palestino. El escritor Harari es famoso por tres libros: 1.- “Sapiens: De animales a dioses”, 2.- “Homo Deus: Breve historia del mañana” y 3.- “21 lecciones para el siglo XXl”, además de su columna reciente en la que hace un análisis del bíblico conflicto que han vivido los pueblos judíos y árabes desde la llegada en 1.948 del estado judío por decisión de los países ganadores de la segunda guerra mundial. Ese mismo día, el mundo árabe le declaró la guerra al incipiente estado israelí. El milenario conflicto tiene como fundamento el terror mutuo a la destrucción. Cada bando teme que el otro desee matarlo o expulsarlo, y poner fin a su existencia como colectivo nacional.
Los colombianos tenemos la misma preocupación ahora con el gobierno del cambio, y la venimos albergando desde cuando el gobierno de Juan Manuel Santos desconoció el resultado del plebiscito de 2.016, imponiendo a la fuerza una farragosa paz con las Farc, con argucias y trampas en la que no solo se mantuvo el poderío militar de las guerrillas, sino que se aumentó en contra de la inerte población civil colombiana. Petro, ahora, metió (reforzó) en el baile de la paz total de su gobierno también al ELN, y demás grupos variopintos promotores de la violencia en nuestro país.
Las cifras que hoy se conocen de la influencia que ya tiene esos grupos criminales en todo el territorio nacional hablan de que su poderío llaga a 421 municipios de 1.122 que hay en total, es decir, ya copan el 38% del territorio nacional y que continúan en su accionar bélico con la intención de cubrir la totalidad de ellos. Y nuestras fuerzas armadas inermes, amarradas, eso dicen ellos, ¿se dejaron maniatar?, o consintieron en ello? ¿En dónde quedo entonces su obligación constitucional de defender a la patria contra cualquier amenaza a su supervivencia, al estado de derecho y a la constitución y a la ley? La desobediencia militar, contemplada en la Constitución ante ordenes que le hagan daño a la democracia y a la institucionalidad, los ampara.
Es posible que para algunos los motivos que condujeron a la violencia en Colombia no hayan desaparecido y que, por consiguiente, se justifica la lucha armada. ¡Mamola! La historia nos enseña que la violencia partidista desapareció desde el plebiscito de 1.957 con la caída del dictador Gustavo Rojas y el Frente Nacional. Hoy lo que quieren hacer desde el ejecutivo es tomarse, a la fuerza y por acción de las armas en manos de ejércitos irregulares, el país.
La gran diferencia entre el análisis que hace del conflicto, judío – palestino, el cronista Harari, con respecto a la tragedia colombiana, es que allá en el oriente, esos pueblos hermanos se odian y prefieren, para cada bando, su exterminio total, los colombianos en su infinita mayoría queremos la paz, no la de Santos, ni la de Petro, sino una paz verdadera sin impunidad y por ese motivo somos víctimas de los nefastos gobiernos que buscan aniquilar a como dé lugar a los demócratas nacionales. La Pregunta: ¿Nos vamos a dejar sacrificar sin luchar? Si hay salidas amigos: La Unidad nacional y la resistencia civil, política y pacífica.