Por Margarita Suárez
No me repongo del fallecimiento de Augusto Calderón Díaz, cuando nos llega la triste noticia de la partida a la eternidad de otro grande de las letras y los medios de comunicación, el barranquillero Heriberto Fiorillo, quien falleció en su tierra natal tras una penosa enfermedad. Heriberto tenía vena de profesor y generosamente me compartió sus conocimientos cuando tuvimos la oportunidad de laborar juntos en la época de gloria de la Revista Cromos. Fiorillo era menor que yo, pero lo veía como un viejito por la seriedad en su trabajo, donde siempre sobresalió como excelente profesional.
A lo largo de su vida recibió reconocimientos como periodista, narrador, editor, director y productor de televisión y guionista y director de cine. Fue director de cinco noticieros de televisión y creador de un noticiero en cine. Autor de varios libros. Sus crónicas y cuentos han aparecido en diversas antologías internacionales. Era muy observador y crítico. Sus entrevistas y crónicas fueron siempre impecables.
Germán Manga que laboraba en Cromos, ávido lector de los escritos de Heriberto en El Espectador, le propuso al director Augusto Calderón llevarlo a trabajar a la revista. Fue un gran acierto. Heriberto era comunicador social de carrera, egresado de la Javeriana, y trajo un nuevo aire a la sala de redacción donde la mayoría eran periodistas empíricos.
Con Heriberto tengo una anécdota que recuerdo con afecto. Augusto Calderón me envió al Hotel Tequendama a entrevistar a Felipe González, quien se encontraba en Colombia. Era secretario del Partido Socialista Obrero Español PSOE y se vislumbrada como presidente del gobierno español, cargo que efectivamente ejerció entre 1982 y 1996.
En el momento que salía con el fotógrafo, apareció Heriberto Fiorillo y Augusto le pidió que me acompañara. A pesar que Heriberto no tuvo tiempo de preparar el tema, vivía tan bien informado, que le quedó muy fácil formularle infinidad de preguntas. El reportaje al “alimón” resultó un éxito. Durante la entrevista el político nos compartió enterito el penetrante humo de su pipa. Cuando salimos, Heriberto estaba mareado por el fuerte y delicioso olor de la pipa. Nos divertimos varios días recordando las bocanadas que recibimos. Paz en su tumba.
