María Clara Ospina Hernández
Hoy quiero compartir con ustedes la introducción a la conferencia que presentaré el 10 de septiembre en el V Festival Internacional de Historia en Villa de Leyva.
Leer los ocho tomos de la Historia de los Girondinos, de Alfonso de Lamartine, es ingresar a un momento histórico que cambiaría para siempre el pensamiento político de la humanidad. Nada sería igual desde la aparición de los nuevos modelos de pensamiento propuestos en la Era de la Iluminación por Voltaire y Juan Jacobo Rousseau, entre otros muchos filósofos y humanistas europeos del siglo XVIII. Hombres que imaginaron y expandieron ideas tan poderosas e innovadoras como la igualdad de los hombres ante la ley, la ley como regente superior de los pueblos por encima de las monarquías y la iglesia, el derecho universal a acceder al conocimiento, impulsado por los enciclopedistas, encabezados por Denis Diderot y la teoría de la separación de poderes, legislativo, ejecutivo y judicial en los gobiernos, promovida por el barón de Montesquieu.
Montesquieu, en su libro “El espíritu de las leyes” (1744), argüía que: “todo hombre que tiene poder se inclina por abusar del mismo y va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar de este hace falta que por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder”. Estos tres poderes son considerados hoy como los tres pilares en que se apoya la democracia.
Los planteamientos de la Era de la Iluminación, los cuales podríamos llamar “incendiarios” por el poder abrazador de su contenido, fueron aceptados por la intelectualidad europea del siglo XVIII como un “fuego divino”, inclusive por algunos reyes y la aristocracia gobernante.
Estas ideas se difundieron también, aún con más fuerza, rapidez y aprobación, entre la nueva burguesía del siglo XVIII, formada por abogados, comerciantes, maestros y académicos, médicos, escritores y periodistas, inclusive entre las mujeres, algunas de ellas destacadas activistas.
Las nuevas ideas, con el correr de los años y la permeabilidad que tuvieron entre todas las clases sociales, desde las más encumbradas hasta las más humildes y necesitadas, fueron incitando a los pueblos europeos y americanos a demandar los derechos que ahora consideraban suyos.
Esta fue la chispa que prendió la furia del pueblo francés y lo empoderó para tomarse las calles de París en 1789, quemar y destruir la odiada Bastilla y, violentamente, exigir de su rey atención a su hambre, su miseria y su abandono.
Lamartine destaca en su monumental obra, (1848), cada personaje de la Revolución francesa. Aprendemos de los girondinos, jacobinos, y otros importantes clubes políticos, oímos de Robespierre, Brissot, Danton y Marat, entre muchos; seguimos los hechos, los días y las horas más críticas de ese momento histórico. Vemos a la Revolución transformarse de una Revolución heroica en una bestia indetenible.
A pesar de la dictadura del Terror y otros horrores de la Revolución, la semilla de Libertad, Igualdad y Fraternidad germinó de manera indetenible y hoy se refleja en las constituciones de todas las democracias del mundo.
