Claudia Dangond-Gibsone
@cdangond
La Compañía de Jesús, fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, llegó nuevamente a Colombia en 1884, después de haber sido expulsada en 1850 por José Hilario López. Esta orden religiosa de la Iglesia Católica se instaló primero como una Misión. Fue sólo en 1924, con la conmemoración de la fiesta de San Pedro Claver, que se autorizó la creación de la Provincia independiente en Colombia.
Se trata de una comunidad que a lo largo de los siglos ha sufrido las consecuencias de lo que significa aferrarse a unos valores, principios y convicciones; que ha luchado, no para sí sino para defender su fé, la promoción de la justicia, de la cultura y el diálogo interreligioso, siempre buscando impactar positivamente a las poblaciones más vulnerables a través de su acción social y evangelizadora. Durante el Siglo XIX, fueron varias las expulsiones que enfrentó en diversos países. Más aún, en 1773, por medio del breve Dominus ac Redemptor del entonces Papa Clemente XIV, fue suprimida la orden y luego, nuevamente restaurada en 1849. En lugar de claudicar o sentirse vencidos, los Jesuitas extendieron su área de influencia llegando a lugares como India, China, Próximo Oriente, Brasil y Centroamérica, entre otros, lo que, en lugar de restringir su ámbito de acción, permitió una más amplia esfera de afortuanda influencia.
Ciertamente, aunque su trabajo se desarrolla en ámbitos muy variados, es indiscutible su vocación especial por la educación, la acción social y, gracias a su profunda formación ética, teológica y científica, sus contribuciones en los diversos campos de las ciencias y las disciplinas son invaluables. Ello por supuesto, sumado al importante acompañamiento espiritual que hacen a partir de los ejercicios ignacianos que bien merecerían un campo más extenso para ser explicados.
En Colombia, la obra de esta Comunidad reviste enorme importancia para el páis, para su desarrollo, para el avance de las ciencias y el conocimiento, para la formación de hombres y mujeres al servicio del país, bajo la premisa de considerar a la persona humana en todas sus dimensiones y sobre la base del respeto por su dignidad.
Son innumerables los jesuitas que han aportado y lo siguen haciendo a través de las obras de la Compañía, de su trabajo misional y personal. Grandes seres humanos han pertencido y pertenecen a la Comunidad.
Por todo lo anterior, la partida de más de una decena de Jesuitas en la últimas semanas, es motivo de inmensa tristeza, dolor y pesar.
No es posible terminar estas líneas sin reconocer y hacer un merecido homenaje a la vida y obra de los Padres Jesuitas Rodolfo de Roux Guerrero, Alfonso Llano Escobar, Fortunato Herrera Molina, Alvaro Jiménez Ceden, Guillermo Hernández Téllez, Leonardo Ramírez Uribe, Gonzalo Amaya Otero, Jorge Uribe Ramón, Roberto Triviño Ayala, Marco tulio González, Luis Carlos Herrera Molina, Carlos Alberto Cardona, y al Hermano Gabriel Montañez Barrer, a quienes por su significativo ejemplo se dedicará más adelante unas líneas especiales.
Cada uno de estos hombres realizó un fecundo trabajo intelectual y espiritual; su legado trasciende y seguirá iluminando e impactando la formación y el camino de millones de personas.
La Compañía de Jesús, la Nación colombiana y quienes han sido beneficiados por su generosidad, su vocación de servicio y sus enseñanzas, rinden homenaje a estos seres humanos y a todos sus hermanos: los Jesuitas.