Diario del Huila

Humanidad sin piernas

Dic 6, 2021

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El maldito estallido entorpeció el silencio del joven caminante; en cada fragmento de metralla se perdieron sus piernas disueltas en el aire que llenó de miedo a roedores y aves, enlutando el verde del bosque, ahora sonrojado ante la nueva barbarie.  No es poesía el texto; es relato veraz acaecido en torno a una de las 237 víctimas que con corte al mes de enero de 2021 registraban la tragedia de mutilación y muerte por minas antipersonal en el departamento del Huila. Según la Oficina del Alto Comisionado la situación de víctimas en Colombia​ con corte a 31 de octubre de 2021, registra un total de 12.115 víctimas por minas antipersonal y munición sin explosionar, siendo 2006 el año más crítico, pues se presentaron 1224 víctimas, el mayor número en toda la historia de Colombia. En la última década, la tendencia ha venido cayendo, con excepción del año 2012, hasta ubicarse en 2016 en niveles que no se presentaban desde el año 1999. En lo corrido del año 2021, se han presentado 124 víctimas.  Esta problemática ha dejado heridas al 81% (9.779) de las víctimas y el 19% (2.336) personas han fallecido a causa del accidente, es decir, aproximadamente en 1 de cada 5 casos la víctima fallece. Por otra parte, según la misma Oficina, Colombia ha sido uno de los países del mundo con mayor cantidad de víctimas de la fuerza pública y esto ha significado que del total de víctimas, el 60% han sido integrantes de la fuerza pública y el 40% restante, corresponde a civiles.

Ciertamente el proceso de paz ha inducido acciones conjuntas entre el gobierno y los actores del conflicto que en plena guerra sembraron los nefastos artefactos; no obstante, es una tarea que, a juzgar por la recurrencia de reportes de nuevas víctimas de minas antipersonal, no ha tenido la intensidad, asertividad y sobre todo eficiencia para erradicar del todo tan mortíferas e invisibles armas.  Al ciudadano común y corriente, y aún más a las víctimas y sus familias, les da la impresión clara de que la guerrilla de la extinta Farc, perdió el control sobre el personal que bajo su orden plantó cada mina antipersonal, o bien careció del registro organizado de la planimetría exacta de ubicación de cada artefacto. Podría pensarse que así como el propio gobierno, tan pronto firmó la paz y logró la desmovilización de la guerrilla no se apersonó de llenar los espacios de territorio que los ahora ex insurgentes dejaron, propiciando que nuevos actores criminales tomaran el control de las zonas, de idéntica forma las Farc han asumido una actitud pasiva e indiferente ante la colosal amenaza que representan la minas cuyo número es indeterminado y del cual solo pueden tener la mayor noción de localización, los jefes militares del grupo desmovilizado, muchos de ellos ya muertos y otros, tal vez, cómodamente instalados en situaciones del nuevo orden político del país.

Los Municipios del Huila más afectados con el flagelo de las minas antipersonal son Algeciras, Colombia y Baraya. Así mismo, los 5 departamentos con mayor número de víctimas han sido Antioquia (2.626), Meta (1142), Nariño (1.038), Norte de Santander (951) y Caquetá (947). La situación llena de pánico a una enorme población compuesta por campesinos, turistas, cazadores y ambientalistas quienes, sin importar sexo o edad, se ven expuestos cada vez que hacen un desplazamiento a pie por territorios que fueron escenario de conflicto. La ciudadanía tiene la esperanza y a la vez la exigencia de que en el marco de las sendas confesiones que se dan al tenor de la Jurisdicción Especial para la Paz – JEP, se pueda romper un silencio institucional más allá de la reserva del proceso, siempre que se trate de facilitar información clave que lleve a ubicar y desactivar esta atroz, inmerecida y letal herencia del conflicto colombiano que sigue tiñendo de sangre las vidas de cientos de compatriotas.

A los amantes de la literatura los quiero invitar a leer el siguiente minicuento, autoría del suscrito columnista, premiado en el Concurso Nacional de Minicuento Rodrigo Díaz Castañeda, el cual da cuenta del dolor y la tragedia que una explosión inducida al tenor del aciago y fratricida conflicto colombiano pudo generar en un ser humano, en un niño, en una madre, en una esposa ahora viuda.  Se llama: La Muerte de tus Huellas.

Desde la inmóvil silla de ruedas, hizo correr su vos llena de pena: Dime mamá, ¿por qué no puedo ir al encuentro del viento que cabalga sobre el cerro? ¿Quién se creyó dueño de mi movimiento, y me arrebató el canto que dejaba huella? ¿Por qué mis pies desaparecieron en la cañada en medio del trueno vestido de humo negro?.  Ella se acercó y acarició su rostro, besó su alma de niño con la luz de aquellos ojos negros llenos de infinita ternura. Era una mañana pintada por la cosecha, le dijo; suspendidas en los arcos, frescas orquídeas adornaban el corredor.  Caminabas feliz, columpiando el brazo de tu papá. Prometió regresar antes de la puesta del sol, se fueron junto a fragancias y colores, y se perdieron entre los pliegues de la cordillera. El estrépito arruinó el concierto de las aves, presentí la sombra de un gigante malo. Mi llanto entristeció la vereda. Dicen que tu papá coloreó las azucenas; su purpúreo oleo sombreó en el paisaje, matices hiperreales de indefinible dolor. Nadie pudo explicar el milagro de tu aliento, aunque la lluvia de metales cortantes, embravecida por el acoso del fuego, se llevó para siempre tus pasos. Sabes hijo, hay días que desde mi ventana escucho el clamor del cafetal, siento el desabrigo de la labranza, la molienda está fría y sin olor, el camino se duele sin su andar.

 

 

 

 

 

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