Por: Rafael Nieto Navia
La balanza comercial colombiana (diferencia entre importaciones y exportaciones) registró un déficit entre enero y noviembre de 2020 de USD9.255 millones, que se viene acumulando a los de la última década. Y vamos de mal en peor porque el país se recostó en la exportación de combustibles fósiles y otros minerales, cuyo precio, como lo sabemos todos, se vino abajo y nos dejó de tarro. Prodeco acaba de anunciar que se retira del negocio del carbón. Y si usted quiere producir oro, que prometería buenas cifras, se encuentra con los ambientalistas que creen que eso se hace hoy con las técnicas artesanales que contaminan los ríos, y se oponen a machamartillo. Y eso que no ha sido aprobado el Acuerdo de Escazú.
Cuando el presidente Uribe promovió los Acuerdos de Libre Comercio (TLC), lo hizo sabiendo de la capacidad colombiana para producir. En aquella época las tiendas estaban llenas de productos hechos en Colombia y se trataba de abrir el campo para que pudiéramos exportar más. Pero los costos de producción, los subsidios extranjeros y la burocracia estatal son un obstáculo hasta ahora insuperable para lograr esos propósitos. Pensemos, por ejemplo, que el Invima no ha autorizado a los productores nacionales para vender los respiradores en plena pandemia, pero ha bendecido la importación de algunos de pésima calidad.
Y ya que hablamos de ejemplos, quiero volver sobre algunos casos agropecuarios. Uno que prueba que, si se quiere, se puede: el aguacate Hass no era ni siquiera conocido en Colombia hace unos años y hoy somos los principales suministradores de esa fruta en Europa, por encima de México que lleva muchos años en ese negocio. Pero es una excepción. Lo he dicho muchas veces, pero puedo ser repetitivo: Colombia importa arroz (los arroceros se quejan con razón de que tienen altos inventarios, suficientes para un semestre y el gobierno fija cuotas de importación en Latinoamérica y les recomienda que sean “prudentes” en las siembras, y calla respecto de las importaciones). Importamos también leche, que viene subsidiada desde los Estados Unidos y Europa. Mientras Colanta, que es una cooperativa y no puede darse el lujo de no comprar a los productores, acumula miles de toneladas, Alpina y otros distribuidores importaron en el primer semestre de 2020, 45.000 toneladas por más de USD135 millones. Pero el Minagricultura no se inmuta.
Importamos, aunque usted no lo crea, cafés de pésima calidad que los fabricantes (excepto Juan Valdez) como Nestlé, venden como soluble. Son cafés de menor precio, pero lo venden como si fuera café colombiano. Y de nuevo no los obligan a anunciar que es importado. Finalmente, y es lo más aberrante, importamos papa de Europa, mientras los paperos tienen que salir a las carreteras a regalar una carga de papa por miserables $10.000.
Hay que poner en marcha las cláusulas de salvaguarda de los TLC si queremos salvar el campo y sobrevivir.
Conste que no he hablado del contrabando que no aparece en las estadísticas y que es el principal vehículo para lavar dinero.
“Colombiano, compra colombiano”. Esa debe ser la meta. Pero el día sin IVA es para comprar productos importados, mientras los industriales batallan contra los confinamientos y los cierres de las fábricas y de los comercios.
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Coda: Fajardo, de la Calle, Robledo, Galán y Navarro lanzaron una alianza de centro-izquierda para buscar “amplia convergencia para la necesaria transformación de Colombia” al estilo Santos (o al estilo Chávez, su nuevo mejor amigo), pero sin Petro. Benedetti, un petrista advenedizo, los critica por haberlo dejado por fuera.