Hablar de reconciliación en estos momentos parecería de locos, pero hay que hacerlo. ¿Estamos condenados a dividir nuestra nación en dos Colombias? Y no hablo ni siquiera de reconciliación con grupos armados al margen de la ley, sino de reconciliación entre la clase dirigente. Entre nuestros líderes. Imagino a quienes se escandalizan, descalifican o se burlan con esta afirmación. Pero, los invito a meditar en el tema, pues seguramente parten de conceptos equívocos de qué es y qué no es la reconciliación.
Reconciliarse no es entregar principios, ni convicciones, ni mucho menos seguir destrozando a Colombia en nombre de una paz que no fue paz. Reconciliarse es empezar por recordar la dignidad del ser humano que piensa distinto a mí. Es escuchar con respeto la verdad del otro, permitir que su pensamiento me desacomode e interpele. Parecería imposible, pero es posible. ¿La clave? Escuchar.
Recuerdo cuando vino el Papa Francisco y tuve la oportunidad de dirigirme a él para contarle sobre nuestro proyecto «Hospital de Campo».
Le dije: «Colombia es su Hospital de Campaña». Me miró sorprendido con los ojos muy abiertos, como preguntando: ¿Qué significa esto? Continué: «Necesitamos primeros auxilios espirituales. Estamos cansados de la violencia, con hemorragias en el alma, las heridas aun abiertas y mucha sed de amor».
Me refería a una extensión laica de su valioso concepto sobre la confesión. La definió como un Hospital de Campaña, donde el pecador herido llega buscando con urgencia primeros auxilios espirituales. El Papa les explicó a los sacerdotes (médicos de la misericordia) que la primera medicina para un herido (pecador) es la misericordia, antes de ordenarle exámenes de azúcar y colesterol. Eso vendría después.
Los colombianos seguimos enfermos de orfandad. Vivimos en una especie de estrés postraumático congelado en el tiempo. Por eso buscamos la seguridad en nuestros líderes. Buscamos quien nos proteja, una figura paterna que brinde confianza, credibilidad y esperanza, que acoja a cada uno de sus hijos, a pesar de sus diferencias.
A algunos podría parecerles un sueño iluso. No lo es. En los retiros donde se encuentran víctimas y exvictimarios se producen verdaderos procesos de encuentro sanador. Me he estado preguntando ¿por qué esto no es posible entre nuestros dirigentes, quienes con su lenguaje ahondan y contagian los odios y pasiones entre sus seguidores? Porque no se escuchan. Es más fácil satanizar la verdad del otro, que escucharlo.
Y reitero que no hablamos de renunciar a los principios, sino de desarmar el lenguaje sin abandonar la firmeza en la defensa de las convicciones. No se trata de claudicar ni de seguir entregando nuestra democracia, cada vez más sitiada. Se trata de escuchar. Y si estos encuentros son posibles entre víctimas y ex victimarios ¿por qué parecen imposibles entre dirigentes? Porque es mejor atrincherarse que dejarse desacomodar por la verdad del otro. Se necesita humildad.