Por Juan Pablo Liévano
El crecimiento económico para el año 2023 será muy magro. Gran parte de este mal resultado es fruto de la coyuntura global, pero en Colombia no nos ayudamos. De hecho, el “Tax Foundation” publicó el índice de competitividad fiscal de los países de la OCDE para 2023 y, por supuesto, no podía esperarse otra cosa. Colombia está en la cola. Tenemos el deshonroso puesto 38 y, además, retrocedimos 0,9 puntos con relación al 2022, al obtener 46,4 de 100 puntos posibles. Esta medición no toma la última reforma tributaria. El índice se obtiene midiendo varios tipos de impuestos. El peor resultado lo tenemos en el impuesto a las sociedades. Según el reporte, Colombia tiene el impuesto a las sociedades menos competitivo, con una tasa del 35%. Respecto al IVA, este cubre solamente el 40% del consumo. El informe además revela que aquellos países que ocupan malos puestos en el índice, por lo general imponen tasas altas a las compañías y tienen un sistema tributario complejo. Respecto a la financiación, el informe señala que existe un sesgo hacia el endeudamiento respecto del capital, pues se permiten las deducciones de intereses a la deuda, pero no hay deducciones sobre el capital. Este sesgo puede considerarse, incluso, como una traba para la estabilidad y el crecimiento económico. Lo cierto es que estamos bastante mal. La tasa impositiva a las sociedades no solamente es alta, sino que además el sistema tributario no tiene incentivos para el capital, como en otros países. Además de no contar con estos “incentivos” o, mejor dicho, con unos mecanismos que neutralicen el sesgo a la deuda, tenemos impuestos a los dividendos que dependerá del beneficiario y que, combinado con el de las sociedades, nos arroja una tasa efectiva excesiva. De hecho, para el estudio, el impuesto a los dividendos es problemático para la acumulación de capital, fundamental para el crecimiento y fortalecimiento económico, empresarial y laboral. Respecto a los impuestos a las transacciones financieras, específicamente sobre las acciones, estos generan una restricción en el funcionamiento del mercado, evitando su eficiencia, fluidez y creación de riqueza y empleo. Las preguntas que surgen son ¿Cómo mejoramos? ¿Cómo somos más competitivos? Primero debemos partir de la necesidad de tener un estado pequeño y eficiente, no uno grande y paquidérmico, de manera que no haya necesidad de recaudar y gastar cada vez más, a costillas de los que producen. Igualmente, se requiere luchar contra la corrupción y, un estado pequeño y eficiente, sin tantos trámites y burocracia, haría las cosas menos corruptas. Nada de ministerios inútiles de la paz o de la igualdad, que no sirven para nada, y otros entes que francamente son demasiado grandes e ineficientes. Respecto a los impuestos, necesitamos los incentivos y cargas donde deben estar. El énfasis de recaudo debería estar en las personas y el consumo y no en las empresas y la acumulación de capital. En conclusión, los impuestos en Colombia no son nada saludables para la economía y para quienes deben invertir y producir riqueza y empleo; igual de perversos a los impuestos “saludables” a los alimentos y bebidas ultra procesadas y azucaradas, que terminan encareciendo los alimentos en un país que sufre de hambre.