Por P. Toño Parra Segura – padremanuelantonio@hotmail.com
En la parábola del juez inicuo y de la viuda explotada, que es propia de San Lucas, el Señor nos enseña dos cosas fundamentales para obtener lo que exige la justicia, que es nuestra liberación del mal: la perseverancia en la oración y la defensa segura que Dios hará de sus elegidos.
Los personajes protagonistas como en las narraciones de Lucas se presentan en juego de contrastes. Un juez «sin Dios ni ley» como dice la gente, que ni cree en Dios ni mucho menos le interesan los indefensos. Siendo de raza judía y de la misma religión, no respetaba los dictados de la conciencia ni mucho menos la opinión ajena, arbitrario y prepotente no cumplía con su misión de aplicar la justicia sin acepción de personas.
La viuda, por el contrario es en la Escritura el prototipo de la debilidad impotente, indefensa y desamparada. Dios se dice que »hace suya la causa del huérfano y de la viuda». Esta viuda solía durante mucho tiempo acudir al juez para que la defendiera como era su obligación, de los atropellos de su adversario. No lograba nada, pero insistía a todas horas, de día y de noche, pidiendo lo mismo hasta que estaba para enloquecer al juez. El la atiende no por miedo a la pobre mujer, sino por el temor de volverse loco con tanta insistencia. El mensaje tiene clara la conclusión: Dios que no es cualquier clase de juez humano hará justicia al final, a los que perseveren en la súplica confiada.
De igual manera en el Libro del Éxodo, la oración perseverante de Moisés por su pueblo logra que Josué venza al enemigo de Israel, mucho más poderoso en armas que la nación escogida. Josué logró derrotar el ejército de Amalec por el cansancio de los brazos elevados de Moisés.
Hoy hay jueces del mismo estilo del que nos narra el Evangelio; todos los días oímos destituciones y detenciones de aquellos que debieran ser imparciales y honestos con las personas. Cómo se ven atiborradas de expedientes las oficinas de la justicia, cómo corre el tiempo y los pobres se pudren en las cárceles y los culpables de cuello blanco andan orondos en las calles. Todos los días estamos frente al atropello de los desamparados.
Claro que la justicia de Dios no llega en forma mágica, pero llegará algún día para los que todavía tengan una fe firme en el poder de Dios.
Muchos hacen justicia rápida por el soborno y las palancas, pero esto no debe hacernos dudar de que un día estaremos frente a ese Dios justo, que dará a cada uno su merecida recompensa.
La esperanza de los pobres de toda nuestra América Latina está en la Iglesia que no debe cansarse nunca de cumplir con su oficio de profeta. Aquí entendemos por Iglesia, a todos los bautizados porque fue en el Bautismo donde se nos dio la calidad de profetas y el deber de éstos es el de anunciar la palabra como le recomienda Pablo a Timoteo, «a tiempo y a destiempo».
Nuestra fe vacila y se vuelve frágil ante el misterio del mal; a veces le protestamos más a Dios que a los hombres, cuando debiera ser lo contrario.
Queremos resultados rápidos, porque hoy todo es rápido desde la comida hasta los milagros. Lo esencial es que cuando el Señor vuelva nos encuentre todavía con fe a través de una oración confiada y perseverante.