Por: Toño Parra Segura
La columna de Toño
El mensaje dominical anterior nos presentaba los dones que nos trajo Jesús resucitado: la alegría, la Paz, el Espíritu Santo para el perdón de los pecados y en especial la fe no como conquista del hombre, sino como gracia de Dios.
En este tercer Domingo de Pascua, podríamos anotar los compromisos y frutos que deben brotar del misterio de un Cristo vivo, vencedor del pecado y de la muerte.
No tuvo mucha suerte el Señor al principio con sus discípulos a pesar de la fuerza impresionante de las apariciones. María, la madrugadora del primer día lo confundió con el “hortelano” que de pronto se lo había llevado; los discípulos desconsolados en el camino de Emaús creyeron que era un “caminante” más, forastero de Jerusalén; y los discípulos de este Tercer Domingo de la Pascua lo toman llenos de miedo como “un fantasma”.
Hoy después de más de 20 siglos no es diferente la situación para muchos, aún de los que creen en teoría de Jesús, pero que no tienen la experiencia de su presencia; los fantasmas siempre producen miedo, dudas, desconfianza e inseguridad. Normalmente se presentan de noche y como su nombre lo dice producen fantasías ajenas a toda realidad. Hoy hay fantasmas de una falsa espiritualidad descarnada, fantasmas de incredulidad, fantasmas de una moral manipulada y en especial lo que ya anunciaba Juan en su Primera Carta: “Hermanos no crean a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Hagan más bien un discernimiento para ver si pertenece a Dios, porque han surgido en el mundo muchos falsos profetas. En esto conocerán que poseen el Espíritu de Dios si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre” (1Jo. 4 1-2).
Eso fue lo que hizo Jesús hoy: “Tóquenme, soy yo en persona, un fantasma no tiene carne y huesos…. Tienen algo qué comer?”. y desde entonces se les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.
El primer compromiso es abrir la mente para escuchar con alegría toda experiencia de Jesús, no solamente en la Biblia, porque El sigue hablando a cada persona con los diversos acontecimientos diarios de su amor; si uno guarda la palabra dice Juan, “el amor de Dios ha llegado en él a ser veras perfecto”.
Con este presupuesto el compromiso serio y a la vez fruto de la resurrección es la conversión que la repiten hoy las tres lecturas del mensaje.
Pedro, con bastante valentía increpa a la multitud con un desafío terrible: “Uds. mataron al santo y al inocente y al que nos dió la vida… y pidieron la libertad de un asesino”. Arrepiéntanse pues y vuelvan a Dios para que se borren sus pecados.
Juan a su vez añade: “Hijitos míos, les escribo esto para que no pequen más” y por último el Evangelio: “Se hará un llamado a todo el mundo al arrepentimiento para obtener el perdón de los pecados”.
Somos testigos de la cantidad de confesiones en la Semana Santa; corresponden de verdad a un verdadero arrepentimiento y conversión?. O ya se borró el Sacramento como un simple “rito tradicional”?
Jesús sigue vivo en los hermanos. No lo matemos de nuevo con la injusticia social. Hoy se premia al delincuente y se toma en ocasiones al inocente como rehén de justificación de una justicia que ni camina ni condena al malhechor.
Las huellas de un convertido de verdad son la mejor evangelización, más eficaz que los famosos sermones de Semana Santa. La experiencia es lo que tiene que seguir a la lectura o a la escucha de la Palabra. Librémonos de los nuevos fantasmas.
