Diario del Huila

Jesucristo: un extraño rey

Nov 20, 2021

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Cerramos hoy el año litúrgico y la Iglesia nos invita siguiendo la temática del domingo pasado a centrar nuestra mente y nuestro corazón en quien es Alfa y Omega, Principio y Fin: la persona de Jesús. La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de marzo de 1925, después fue trasladada al último domingo del año litúrgico y así es la proclamación solemne del personaje  que condensa en sí, todas las aspiraciones de la humanidad. Él es el Hijo de David, el Hijo del Hombre, el Siervo de Yahvéh, el Sumo Sacerdote de la nueva alianza, el Señor del Universo, el Rey de reyes, o simplemente Jesucristo el Salvador, el hijo del carpintero.

En realidad la verdadera fiesta de su realeza es la Pascua, pues al resucitar sube al Padre como Señor y Rey de todo lo existente. Es Rey no a la manera de este mundo. Jesús reina sin gobernar, exige sin dominar, propaga su verdad sin conquistar.

Es por eso extraño el título de esta fiesta, porque jamás fue rey de pueblo alguno, ni ejerció ningún tipo de poder político, ni les permitió a sus discípulos comentar siquiera su mesianismo; se resistió siempre a ser proclamado rey por sus partidarios, y se escondió cuando querían presentarlo como tal después de los milagros.

El contrasentido de esta fiesta nos puede venir del concepto mismo de la palabra rey, o del vocablo “Reino de Dios o reino de los cielos” que en el fondo vienen a ser sinónimos.

Para no confundirnos, mejor entonces hablar del “reinado de Cristo”, como el qué-hacer del Hijo del Hombre: La salvación del mundo.

Las antiguas profecías pretendían anunciar que efectivamente Dios salvaría a su pueblo mediante el vástago de David con un reinado eterno y universal. El mismo Daniel en la primera lectura consuela a los judíos que soportaban la dura persecución de Antíoco, con el anuncio del Hijo de Hombre que sería entronizado por el mismo Dios en un reino eterno y universal.

Juan, o su escuela, asumen hoy en el Evangelio la responsabilidad de encarar el tema de frente y elige por cierto la escena poco “real” del diálogo con Pilatos, representante del Señor en Roma. La Palabra Augusto tan sonada en Roma era sinónimo de dios, y su representante quería disuadir a Jesús de intentar ser Rey.

Es ahí donde Jesús con gran fuerza divina da una respuesta acertada que define los contornos y el alcance de su reinado, diferente a todos los demás.

“Yo soy Rey, tú lo dices…para esto he nacido para ser testigo de la verdad”. Pilatos entendía menos este lenguaje y al final fue condenado Jesús porque pretendió ser “Rey de los judíos” y con ese estigma fue crucificado.

Ese fue su trono, una cruz, como su palacio real una pesebrera y sus vasallos unos pastores. No buscó poder, ni dominio, ni fausto, ni siervos. Quienes añoran  los tronos no han entendido el reinado de Jesús. Uno en un trono se siente mejor que los otros, más alto porque los domina. Jesús no buscó ninguna clase de autoritarismo; su impulso se lo dio la verdad a secas, sin miedo ni siquiera cuando ya lo iban a crucificar. A veces aún en la Iglesia se busca poder como para asemejarse a los amos de la tierra, a quienes no quiso Jesús que imitaran sus discípulos. Él buscó el servicio, la “Kenosis”, el último puesto, el lavar los pies y ese es el valor absoluto y eterno de su reinado.

Que no nos pase lo que Don Juan le dice a Carlos Castañeda en el Arte de soñar: “gastamos la mayor parte de nuestra energía, sosteniendo nuestra importancia”.

Su reinado no es un pietismo enfermizo de esperar lo que viene, es un “que-hacer”  desde el “ahora y el hoy”. Por eso dirá el “Reino ya está en medio de vosotros”  Hagámoslo, seamos reyes como Él, porque desde el Bautismo nos lo dijeron.

Dejemos los tronos, la arrogancia, la vanidad y la soberbia para los reyezuelos del mundo.

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