La columna de Toño
Por: Padre Toño Parra Segura – padremanuelantonio@hotmail.com
San Lucas en su profesión de médico se caracteriza por presentar todas las curaciones que Jesús hizo en bien de los hombres de todas las razas y condiciones.
Hoy nos presenta la curación de 10 leprosos que salen a su encuentro en el camino de Jerusalén. Antes en el cap. 5, 12-16 nos había contado la curación de otro leproso cuya súplica humilde y confiada enterneció a Jesús: “Señor, si tú quieres puedes limpiarme”. A lo cual le respondió tocándolo: “Quiero, quedas limpio”.
Nos impresiona en ambos casos las actitudes humanas del Maestro, propias de un verdadero transformador revolucionario que rompe todos los moldes con tal de entregarse y de servir a los demás.
Primera actitud: se deja interrumpir y asediar por los leprosos. Todo leproso era legalmente impuro, se le alejaba de la ciudad y se le excluía de todo trato con los demás (Lev.13, 45ss). El contagio era no solamente físico sino legal, por eso el judío no podía tocar al leproso porque quedaba también impuro. Además de esa enfermedad estaba la prohibición absoluta e histórica de tratarse entre judíos y samaritanos, que se remontaba al año 721 A.C. cuando el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaria. Esto llegó a cortar toda relación hasta en lo más mínimo: “Quien come pan con samaritano es como quien come carne de cerdo animal, prohibido en la dieta judía”, dice la Misná (Shab.8.10).
Segunda actitud: respeta las instituciones y normas religiosas legítimas de su época. Al leproso que acudió él sólo, le curó primero la lepra y después lo manda donde el sacerdote para el certificado exigido. A los 10, les ordena primero presentarse a los sacerdotes y en el camino quedan limpios todos. Jesús fue un reformador crítico de la dirigencia de su tiempo, que era decadente, ritualista, juridicista y “clerical-clasista”. Anunció la caducidad de la antigua ley y el comienzo de la Nueva Alianza. Chocó siempre las resistencias de los dirigentes y eso le costó la vida, como a todo buen líder que se entrega a la causa.
Pero fue coherente en el respeto y fidelidad a lo válido del judaísmo: iba a la sinagoga los sábados, visitaba el templo de Jerusalén cada año, pagaba el tributo y no desautorizaba a los sacerdotes cuando era justo, como en el caso de los leprosos.
Hay que aprender el equilibrio entre la crítica y el respeto, entre el profetismo y la adhesión. Nada de servilismo, pero tampoco de anarquía.
Tercera actitud: sensibilidad a todos los valores humanos en especial a la gratitud. Tal vez de lo único que se queja el Señor en toda su predicación es de la hipocresía y de la ingratitud. “No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?, ¿dónde se quedaron los otros 9?”. Y la recompensa al agradecido samaritano fue el don de la fe. La gratitud es entonces una expresión de fe sincera y es el dejar las puertas abiertas para nuevos favores. Nuestro seguimiento radical a Jesús y al Evangelio, nuestra vocación cristiana ni suprime ni merma nuestros sentimientos humanos: la amistad, la vida familiar, el sentimiento de patria. Todo valor humano es también cristiano. Hoy necesitamos hombres como Jesús, entregados a los demás, valientes, no siervos de la adulación interesada ni de los títulos, sino que pongan a la persona humana por encima de ritos y de legalismos. Jesús nos pide gratitud para con su Padre Dios que fue el que lo envió a enseñarnos el camino del Reino. Que jamás estemos en la lista de los desagradecidos ni en lo humano para con los hermanos, ni mucho menos para con Jesús que nos espera en una acción de gracias permanente.