Escojamos del Evangelio de este VI domingo de Pascua la frase que nos dice Jesús: “El que es fiel a mis mandamientos y los guarda es quien me ama y yo también lo amaré y me revelaré a él”.
Para algunos cristianos, los mandamientos están desacreditados, debido a la rutina y tal vez a una educación religiosa traumatizante: “esto es pecado, esto no se puede hacer o esto hay que hacerlo”, Jesús nos dice que lo que resume toda la ley es esto: Ama a Dios y ama a tu hermano.
En la cálida despedida de la última cena, Jesús les advierte a sus discípulos que no van a quedar huérfanos, porque su Padre les enviará otro defensor, el Paráclito, que quiere decir que es un Dios que va a estar siempre con ellos.
El domingo anterior se había definido el Señor como la vida y está en abundancia y hoy les repite lo mismo, porque los ama.
Esa es la verdadera definición del amor, la disposición de dar la vida por el otro y Juan lo entendió muy bien cuando trata de definir a Dios y nos dice “Dios es Amor” y Pablo prefiere más bien en la primera carta a Corintios capítulo 13, describir el amor con 18 expresiones diferentes, en lugar de definirlo para no limitarlo ya que toda definición humana es incompleta.
El mundo ha manoseado tanto la expresión del amor, que da lástima oír tantas frases que lo limitan y degradan. Cualquier desconocido cuando llama por teléfono lo utiliza sin ni siquiera conocer a la persona, o si se llega a tomar algo en un restaurante, la expresión siempre es esta: “¡a la orden mi amor!”. Hoy se consigue “amor” por internet, amor express, amor desechable, amor interesado y amor de instinto.
Tenemos una religión de consumo. Se acude a Dios, en general, para obtener lo que necesitamos. Esto no es amarlo sino usarlo. La verdadera disposición de amor es la de los apóstoles: ponerse a disposición de Dios, estar a su servicio. Hay que tener la preocupación de descubrir aquello que Dios quiere de nosotros, al estilo de Jesús que pide que se haga la voluntad del Padre, a pesar de todo lo que sabía que le esperaba.
El amor tiene unos pasos que son definitivos: colocar a Dios sobre todas las cosas y que el prójimo siga en el segundo puesto de dedicación y de entrega, ya que es el resumen que Él nos marcó.
Al contrario, el mundo nos enseña a amar a los que nos aman y a servir a los que nos caen bien, en un círculo cerrado y egoísta.
La gran promesa que Jesús nos hace es la de enviar al Espíritu Santo que es el amor del Padre y del Hijo y que nos invade desde el sacramento del Bautismo.
Lo que da cohesión a nuestro cuerpo es el Espíritu, de la misma manera la verdadera cohesión de toda la Iglesia es el Espíritu de Dios que Él anuncia con tanta insistencia que nos asiste y nos enseña la verdad completa.
Amar a una persona es respetar su dignidad, escucharla, desear que crezca y servirle.
Seamos fieles al gran mandamiento de amarnos como hermanos.