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José Eustasio Rivera: legado literario, político y ciudadano

Feb 18, 2023

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Un 19 de febrero, pero de 1888, nació en territorio huilense uno de los hombres que mejor ha sabido usar la lengua española para contar una historia que, a la postre, se convertiría en la gran metáfora de lo que hoy es Colombia.

DIARIO DEL HUILA, CULTURA

Desafortunadamente José Eustasio Rivera Salas no es más que un discurso, a veces político, a veces cultural, para sacar dinero del erario. Son muy pocas las personas que hoy en día recuerdan en el Huila por qué debe ser recordado a ciento treinta y cinco años de su natalicio.

Pero no se debe culpar a nadie por no recordarlo salvo a quienes han utilizado su nombre para llenar sus bolsillos con algunas cuantas monedas. En ningún momento les ha interesado difundir su legado literario, político y ciudadano. Mucho menos formar a las nuevas generaciones para que entiendan a cabalidad que el idioma se enalteció con esa obra maestra llamada la Vorágine (1924) y que su trasfondo más que político es humano, porque allí nos muestra qué somos y a qué podemos llegar.

Tampoco nos han dado a los ciudadanos la posibilidad de aproximarnos —en la proporción justa, es decir, masivamente— a una obra como Juan Gil, su única obra dramática publicada.

Muy por el contrario, lo que se encuentra en los salones de clase de los colegios públicos o privados de Neiva y el Huila son largos bostezos e incomodas muecas que manifiestan el tedio cuando le nombran al autor de uno de los poemarios más bellos que se haya escrito en cualquier lengua: Tierra de promisión (1921).

Como muestra, quiero dejar un fragmento de lo que, para muchos, es una de las partes más bellas de la novela de Rivera:

“—¡Ah selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que solo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos. ¿Dónde estará la estrella querida que de tarde pasea las lomas? ¿Aquellos celajes de oro y múrice con que se viste el ángel de los ponientes, por qué no tiemblan en tu dombo?”.

Para rendirle un homenaje real a este gran autor se debe, primero que todo, dimensionar su grandeza. Y no se trata únicamente de hacerlo mediante la escuálida difusión de la bienal de novela que lleva su nombre o de algunos encuentros literarios, que, pese a lo valiosos, se quedan en lo descriptivo del asunto.

Mejor reconocimiento

Es necesario que se haga un homenaje real, a gran escala, más ambicioso. Un simposio, coloquio, o algún otro encuentro que invite a distintas autoridades académicas que hayan estudiado la obra de Rivera por años. Hay muchos, y no solo en Colombia sino en el mundo entero. Qué estén en nuestra ciudad o, por qué no en el departamento. Que vayan a colegios y universidades, a los municipios y comunas, que charlen entre ellos, y que de esas charlas queden podcast, cartillas, videos. Que el testimonio de lo que es José Eustasio Rivera llegue pleno a las comunidades.

Qué bonito, interesante, que de esos encuentros se hicieran además clubes de lectura en las distintas bibliotecas públicas que tenemos. Que estos espacios dejen de ser solo depósitos de libros y salas de juntas improvisadas, que se usen para lo que han sido pensadas: para enaltecer el espíritu, para honrar la creación artística y cultural de los habitantes.

Hermoso sería que se leyera a Rivera desde una perspectiva, social, política, literaria, ecocrítica, feminista, etc., que estos clubes de lectura o centros de estudio, como quieran llamarlos, motiven a los jóvenes a seguir leyendo, investigando, analizando.

Pero no va a ocurrir. Parece que la memoria no importa, o muy poco, a los dirigentes políticos y al algún funcionario del Estado. Desafortunadamente estamos en la época de la fugacidad y del olvido, en la que ya no importa el pasado sino este presente perpetuo en el que nos encontramos. Es una verdadera lástima, porque los signos de identidad van a ir perdiéndose y ya no vamos a saber quiénes somos como cultura y de dónde venimos.

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