Por: José Eliseo Baicue Peña
El hombre siempre se ha comunicado. Su vida pública ha contribuido a ello a través de los comerciantes, los científicos, los religiosos, los intelectuales y, sobre todo, los gobernantes que por medio de documentos, edictos, leyes y manifiestos legislaban o determinaban su relación con el pueblo.
Con la era Gutenberg, la utilización de los caracteres móviles y la impresión se modificó el control sobre la información, antes restringida a pocos elegidos, y se extendió la posibilidad de acceso a la cultura humanista y científica a una gran multitud de personas de diferente nivel social, gracias también a de la difusión, a gran escala, del soporte papel, proveniente de China.
Mientras tanto, los adelantos científicos, técnicos y el conocimiento en general, pudieron así ser custodiados, enriquecidos y transmitidos de generación en generación a la palabra escrita, pero hicieron falta muchos siglos para que ciencias y tecnologías lograsen engendrar, a una velocidad sorprendente, herramientas que incidieran tan de cerca y a escala mundial en el campo de la comunicación.
Hoy, el concepto de globalización se ha empoderado con la evolución tecnológica y la red digital. Las computadoras, los celulares, los iPhone, el iPad, las tabletas y otros aparatos modernos, están influyendo poderosamente en nuestras vidas, a tal punto de hacernos creer que esa vida es mejor.
Aunque no se puede negar que estos adelantos tecnológicos han proveído beneficios y, han agilizado procesos, pero, en igual medida, han permitido la deshumanización y han dejado de lado algo que es importante en todas las facetas de la vida: la trascendencia. La trascendencia de los pensamientos, la trascendencia de los sentidos, la trascendencia de las experiencias.
Pero, más allá del desempeño laboral, y el apoyo que este requiere, está el efecto que la adición a las pantallas y a los aparatos modernos está teniendo nuestra vida íntima. Casi no lo percibimos, pero, cada vez resulta más difícil sostener una cálida conversación con alguien, porque la atención se centra más en la expectativa de si el celular va a sonar.
¿Se ha dado cuenta de que muchas veces le ha resultado imposible compartir con su hijo o su esposa una hora de diálogo sin interrupciones?, ¿recuerda cuántas veces ha tenido que suspender sus alimentos porque tiene que contestar una llamada o escuchar un correo de voz?
Hagamos pausas, hagamos cambios y vivamos mejor. Planeemos momentos para compartir sin tecnología, sin pantallas.