Al iniciar los comentarios del Adviento recordábamos que hay tres palabras claves de mucho significado espiritual: Justicia, esperanza y gozo.
Siguen unidas durante el desarrollo de nuestra preparación para la venida del Señor.
Predomina desde luego en este tercer Domingo del Adviento el gozo basado en justicia y fruto de la conversión.
En la oración que hace el presidente de la asamblea dice: “concédenos celebrar con cánticos jubilosos”, Sofonías invita a la ciudad de Sión a que “cante dichosa y a que rebose de gozo y alegría”; también el salmo y la carta de Pablo a los queridos Filipenses los invita a “estar siempre alegres”, que demuestren amabilidad y que nada los angustie, porque “la paz debe estar por encima de todas las preocupaciones”.
Qué es estar alegres? Resulta fácil y difícil una respuesta adecuada. El mundo se imagina que la alegría es externa solamente, que hay que andar “pelándole los dientes a todo el mundo”, reír a carcajadas, no dejar dormir a nadie en la cuadra con el mejor equipo de sonido al más alto volumen, hacer ruido, embriagarse, contorsionarse en los bailes modernos, ya se sabe en qué termina todo esto.
La verdadera alegría es espiritual, serena, se asoma a los ojos tranquilos es “el aire vital de nuestras almas”. Alguien decía si “queréis que los hombres sean buenos, hacedlos felices”. O sea que la bondad precede a la alegría.
No hay que confundir entonces la verdadera con la falsa alegría para disfrutar del mensaje de hoy. Algunos piensan que la santidad consiste en simples posturas misticonas, que a veces son solo apariencia. “Un santo triste es un triste santo”, comentaba San Juan Bosco con mucho acierto. Es entonces un tiempo de regocijo familiar, de compartir generoso, de oración confiada como lo repiten muchos de los salmos de nuestras celebraciones: “¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!”.
El Evangelio a su vez nos invita a una conversión concreta. La misma pregunta que le hacía la gente a Juan: “Entonces qué tenemos que hacer”?. La debemos hacer nosotros hoy.
Si el Espíritu está cambiando nuestra actitud mental, porque la conversión es una luz nueva, debe llevar a actuar a la eficacia de la fe y del amor y así la conversión es una nueva praxis cristiana. Las respuestas que da Juan son simples y adecuadas al auditorio: “repartir, no extorsionar, no exigir más de lo debido, no hacer denuncias falsas, no aprovecharse de los demás”. Aparentemente toca actitudes externas, pero el mensaje es de justicia, de cambio radical que lo trae el fuego y la gracia del Espíritu que se nos dio en el Bautismo que nos trajo Jesús. Cada uno si se conoce bien le tiene que dar al Señor una respuesta de los cambios personales que llevarán al cambio social.
Es más fácil decirle al otro los defectos que tiene y darle consejos, que mirarse por dentro y aplicarse la frase del Evangelio: “médico cúrate a ti mismo”.
Dejemos tanto moralismo y enseñémosle a la gente a pensar en cristiano y así cada uno se hará cargo de sí mismo para los cambios necesarios.
La huella de un convertido produce más efectos que un sermón moralista.