Por: Toño Parra Segura
Esta festividad que fue trasladada al Domingo siguiente de su día propio, según la reforma litúrgica, nos presenta la persona de Cristo en una doble dimensión: como el triunfo glorioso al regresar a la diestra de su Padre, venciendo el pecado y la muerte y además como invitación al hombre para vivir en trascendencia como hijo de Dios y heredero de la gloria.
Repasando los escritos religiosos y mitológicas de muchos pueblos de la antigüedad, encontramos que “subir al cielo”, fue siempre la máxima aspiración del hombre antiguo. Bástenos recordar el famoso mito griego de Ícaro, aquel héroe que pretendió llegar hasta el sol con sus alas de cera. Estos mitos no son cuentos vulgares ni tontas fantasías, sino que expresan un lenguaje simbólico que todavía el hombre moderno no ha abandonado en la sed de trascendencia que anida en su corazón. Desde siempre el hombre envidió el vuelo de pájaro, su agilidad para superar la pesadez de la tierra, para elevarse por encima de las nubes hacia el cielo. De alguna manera el mito se hizo realidad en nuestra era actual con viajes espaciales cada vez más sofisticados.
Lástima que dicha realidad no tenga hoy el sentido de trascendencia integral para que el hombre venza su condición de ser peregrino, sufriente y limitado y con una nueva manera de vivir, llegue a ser el hombre nuevo, la nueva criatura de que nos hablan las Escrituras.
Jesús como hombre nuevo, ha llegado hoy a la culminación de este proceso. En El, ya está cumplido el proyecto de Dios de levantar a la humanidad caída y colocarla cerca al trono de Dios. La Ascensión en este sentido rubrica el sentido de la resurrección y subraya un aspecto particular de la misma: la total liberación del hombre de sus pesadas contingencias terrenas: “la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida”.
La Ascensión es una respuesta concreta a las preguntas que todos nos hacemos: “Quién soy Yo?, Para qué vivo? Cuál es el fin de mi existencia? A dónde va a parar mi historia? Qué hay en el más allá?”.
Hay tres características para la Iglesia de hoy en esta fiesta de la Ascensión:
La primera: El señorío de Cristo cabeza de la Iglesia debe llevar a ésta, a identificarse en el ser y en el obrar con su cabeza, para mantener la unidad y el amor como los signos de su presencia.
La segunda : Es el tiempo del Espíritu Santo, vida y fuerza de la comunidad. A partir de la Ascensión, toda la comunidad cristiana debe tomar conciencia de que su pertenencia a Cristo depende de la obediencia al Espíritu Santo.
Y la tercera: La responsabilidad evangélica: No podemos quedarnos “ahí mirando al cielo” con un falso misticismo enfermizo de ritos y de culto sin sentido, La Ascensión marca el instante del envío que estará acompañado de signos milagrosos, con tal que dejemos la magia y el milagrerismo, que nada tiene que ver con la actitud moral de la conversión personal de los agentes y de los que se van evangelizando.
El triunfo de Cristo nos anima y estimula para caminar siempre con trascendencia divina y para que la evangelización no sea una tarea onerosa, sino la premisa para que algún día podamos sentarnos también cerca de Cristo, en la gloria.