A nivel de la teoría económica, los estados de bienestar actuales se enfrentan sin duda a complejos desafíos intelectuales, políticos y de políticas, pero también a un reto moral más profundo: cómo renovar el contrato social en el que se basaron los estados de bienestar originales. El desafío consiste en cómo defender unos impuestos más elevados que sostengan los estados de bienestar y que eviten cualquier erosión adicional de la base imponible. Si esto no puede lograrse, es más probable que más estados de bienestar se vuelvan residuales o que desaparezcan por completo. Sin un sentido de comunidad y una solidaridad renovados, éstos no sobrevivirán y no merecerán hacerlo. El caso colombiano puede tomarse como modelo para este análisis.
Tenemos una base impositiva bastante alta, que cada vez están empobreciendo a las familias colombianas, porque la única forma de aumentar los ingresos gubernamentales, lo hacen a través de la implementación de reformas tributarias, aumento sucesivo de los precios de los combustibles y gravar todas las actividades económicas, que necesariamente contribuyen al empobrecimiento de las familias colombianas. Igualmente, aportan un factor distorsionante en la escalada alcista de los precios de bienes y servicios. Pero la cuestión puede formularse de otra forma. No se trata de si la sociedad colombiana puede sobrevivir sin el estado de bienestar, sino de si las democracias pueden sobrevivir sin él. Los estados de bienestar, incluso ahora, aseguran que se dé preferencia a los derechos sociales por encima del rendimiento del mercado, y esto supone una demostración tangible de que las democracias, con todas sus imperfecciones, pueden seguir trabajando por sus ciudadanos.
Por tal motivo, los gastos suntuarios de la vicepresidenta Francia Elena Márquez Mina que ha tenido desde que asumió el poder el pasado 7 de agosto, son rechazables desde todo punto de vista. De nada han servido las promesas expresadas durante la jornada prelectoral a través de las redes sociales y medios de comunicación que toda la sociedad colombiana iba a Vivir Sabroso. Pero su vocera de esta intencionalidad que empezó a calar positivamente durante su campaña presidencial las ha incumplido. Sus actuaciones arrogantes, vanidosas ostentosas, falta de una coherencia gubernamental y de respeto con la democracia colombiana, han empezado a generar un rechazo generalizado, en medio de la profunda crisis social y económica en que se debate la sociedad colombiana.
Sus viajes reiterados a su casa campestre en Dapa en la ciudad de Cali, a través de helicópteros y personal de las Fuerzas Militares, gastándose hasta el pasado mes de marzo, cerca de 2000 mil millones de pesos por cuenta de las finanzas públicas nacionales. Igualmente, su periplo por los países africanos, Etiopía y Kenia, acompañada de 60 personas, durante 8 días, cuyo costo asciende aproximadamente a dos mil millones de pesos, riñe totalmente con la austeridad del gasto público.