CRISTO NOS ENSEÑA A ESCUCHAR Y A HABLAR.
Por el P. Toño Parra Segura – padremanuelantonio@hotmail.com
En la Sinagoga de Nazareth Jesús había dicho después de proclamar la lectura del profeta Isaías: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” y es lo que nos comentan las lecturas de este Domingo 23 del tiempo ordinario.
Las enfermedades físicas tendrán una sanación inmediata con la presencia y el contacto de las manos del nuevo profeta Jesús.
Por donde pasaba encontraba toda clase de enfermos del alma y del cuerpo y en esta ocasión de la curación del sordomudo no sólo le impone las manos, sino que extrema los signos hasta meterle los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua y con un suspiro humano de amor ora y le ordena al mal abandonar el cuerpo del enfermo.
Si se tratara simplemente de lo corporal podríamos comentar que la medicina moderna repite esta clase de milagros con implantaciones, aparatos y rayos láser en los consultorios de los especialistas.
La particularidad del texto del Evangelio de Marcos consiste en que los ritos que utilizó Jesús fueron trasladados casi al pie de la letra a la celebración del Bautismo. Tenemos derecho a suponer que en ese gesto descubrimos un contenido espiritual, que haya concreción simbólica en la curación de los órganos físicos.
Situémonos por un instante en el mundo del sordomudo, incomunicado, cerrado y autista. Crea su propio mundo, lo interpreta a su manera exclusiva sin recibir el aporte de los demás. Su mundo es egocéntrico, el sordomudo se vuelve suspicaz, desconfiado e inseguro; la mezcla de los dos defectos le impide gritar y se vuelve huraño para que le entiendan por señas.
Shakira la hizo famosa una canción cuando peleó con su novio y ella se creía “ciega, sorda y muda”, luego podemos volvernos ciegos, sordos y mudos espirituales.
Detengámonos hoy especialmente en la sordera espiritual. El pueblo de Israel era el pueblo de la “escucha” y esto se le recuerda en especial en el libro del Deuteronomio cap. 6. En la antigüedad a los que se preparaban para el Bautismo los llamaban “catecúmenos”, palabra griega que significa: “los que escuchan”, es decir los que tienen los oídos abiertos. Así le ponemos piso para la curación de los síntomas de nuestra sordera espiritual.
El sordo espiritual se cierra al punto de vista de los demás y es incapaz de mirar la verdad desde otro ángulo o dimensión. El es el único criterio para juzgar la conveniencia o no de tal acción o empresa.
El sordo espiritual es sectario, tiene su verdad como la única, irreductible en sus ideas, no escucha razones ni quiere escucharlas.
Es tradicionalista a muerte, no tiene elasticidad para el cambio, rígido y severo en sus juicios; puede leer y hablar mucho con los demás, hace reuniones y charlas, pero jamás escuchará al otro. Al final concluirá: esto me da la razón, esto confirma lo que tengo pensado.
La palabra de hoy es para comenzar a pedirle al Señor que repita el milagro sobre nuestra sordera, lo necesitamos, es el único espacio de convivencia; sin la escucha somos unos maniquíes hermosos en los templos. Lo peor es que teniendo oídos no oigamos al Señor y recordemos que el camino para llegar es escuchar al hermano.
Si no sabemos escuchar es mejor que no hablemos tanto, porque no nos va a creer.
Jesús no quiere una comunidad de ovejas mudas y sumisas que sólo sepan decir amen; una comunidad donde los laicos pueden oír sin expresarse.
Hoy nos urge escuchar a los demás y comunicar la palabra con humildad y valentía.
Hoy, empezamos la semana por la paz, vivirla es lo importante, de nada nos sirve decir “la paz” si no la sentimos realmente. Los invito a una reflexión desde cada uno de nuestros corazones para poner en práctica este fruto del Espíritu Santo, y arrodillarnos ante el único ser que nos ha traído la paz, nuestro Señor Jesucristo.