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La conversión es pasar de la ceguera a la visión de fe

Mar 18, 2023

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LA COLUMNA DE TOÑO

Por P. Toño Parra Segura                                    padremanuelantonio@hotmail.com

Entramos en la cuarta semana de Cuaresma, en un escenario de ceguera nacional donde nadie reconoce que está ciego, ni que Jesús es el único que nos puede sanar, ni mucho menos que hay que buscar los medios que Él nos ha dejado para poder ver.

El episodio del ciego de nacimiento nos recuerda el origen del mal con le que todo nacemos, las consecuencias de limitación que nos lleva muchas veces a no reconocer los propios defectos y estar tranquilos con la falta de visión.

Varias curaciones de ciegos nos presenta el nuevo testamento y de pronto la situación más difícil es la de hoy, por la tranquilidad del ciego, por la impotencia de la medicina para sanarlo y por el raciocinio que impide casi siempre la fe verdadera.

El no reconocer la ceguera es tener ojos solamente para mirarnos a nosotros mismos, para resaltar el espejo de la apariencia de imagen y para no dejar ver a los demás. Así como el miope lleva consigo su horizonte, el egoísta recorta todo espacio para que pueda entrar la luz. Esto crea un ambiente de propia suficiencia y vanagloria que aleja toda posibilidad de sanación.

La humildad del ciego para reconocer a Jesús como su salvador físico y espiritual le creó toda una serie de problemas familiares y sociales. Querían los otros convencerlo de que eso no era cierto, enfrentándose con la misma realidad de su curación; dudaban de su misma identidad: “No es este el que se sentaba a pedir limosna? Sí es; otros, se le parece”. Esto no lo hizo dudar, hasta afirmar categóricamente, Él me curó y es un profeta. La ceguera nacional ha llevado al país a no encontrar el camino de la luz a través de la fe en Jesucristo. Una clase dirigente, inferior a la sencillez y hasta la ingenuidad de nuestro pueblo.

La mala memoria de los colombianos no nos ha dejado ir a lavarnos de todo eso que nos prometieron y nunca lo cumplieron. Secuelas: la desconfianza y la incredulidad aún para aquellas personas que debieran ser ejemplo de humildad, de diálogo y de concertación.

Jesús siempre se nos presentó como la luz del mundo y se nos entrega en el bautismo a los católicos; cuidado con aquellos que le quieren hacer sombra con falsos mesianismos, llenos de orgullo, como si apenas comenzáramos el primer día de la creación.

Convertirnos, entonces, es dejar que la luz de Cristo pase por las tinieblas de nuestro orgullo; lavarnos, es ver en el otro una persona con defectos y cualidades que el Señor ha colocado para corregir nuestra miope visión. El tener ojos físicos y no querer ver la realidad nos coloca en posición más peligrosa que la del ciego de nacimiento.

Digámosle hoy a Cristo con la expresión del ciego de Jericó: “¡Señor, que yo vea!”, que todos veamos el camino que nos lleva a la reconciliación con los hermanos a través de la justicia, del amor, del perdón y del diálogo sincero. “Lo que necesita el mundo es luz” decía Thomas Carlyle.

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