Por: José Eliseo Baicué Peña
Algunos expertos en prospectiva, neurociencia y psicología social, sostienen que gran parte del éxito comienza en la forma en que nos expresamos.
Claro, teniendo en cuenta que ese proceso neurolinguístico comienza en el cerebro, más exactamente en la amígdala, donde se almacenan nuestros pensamientos, los cuales transitan al habla y luego, de manera lógica, a la acción.
Digo, de manera lógica, porque es el deber ser: pensar, hablar y actuar. Aunque el mundo está lleno de individuos que desarrollan un pensar, dicen otra cosa y hacen otra. Se presenta mucho en la política y en otras disciplinas.
Una costumbre muy arraigada en nuestra cultura es la de anteponer la palabra No antes de gran parte de las frases que expresan. En el ámbito cotidiano, por ejemplo, se sucede mucho: ¿no ha venido? ¿No tiene? ¿No quiere? ¿No vamos a ir?
Los estudiosos de estas actitudes y procederes dicen que el hecho de hablar negativamente trae consecuencias, por lo general, negativas. O, por lo menos, no esperadas. Es decir, un lenguaje de este tipo genera inseguridad, desconfianza y hasta tristeza en el interlocutor.
Es preciso, entonces, utilizar siempre un lenguaje positivo cuyo valor agregado se constituye no solo en contribuir a una personalidad firme y segura, sino, que también es consecuente con nuestro aprendizaje, disposición continua, seguridad, progreso, bienestar y felicidad, entre otros aspectos.
La ciencia ha determinado que las palabras positivas tienen un impacto efectivo en el cerebro toda vez que lo vuelve más receptivo y tolerante a las desavenencias o frustraciones. Además, de que promueve la autoestima, la autonomía y predispone a la cooperación.
Recuerde, entonces, que las palabras tienen mucho poder. Y, ese poder puede construir o destruir; crear o eliminar, estimular o desmotivar.
El lenguaje forma el carácter. La programación neurolingüística (PNL) nos ayuda a fomentar un lenguaje positivo.
