Diario del Huila

La democracia colombiana vista desde la cruz del calvario

Jul 17, 2023

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Por: GERARDO ALDANA GARCÍA

Cada hombre colombiano que sintió que podía redimir las graves enfermedades sociales de su pueblo, inexorablemente ha vivido un calvario cuando se ha sentado en la silla presidencial. Como parafraseando inocentemente a Jesucristo, el salvador del mundo, el político ha soltado al aire sermones que invocan el espíritu de la rectitud, la igualdad y el desarrollo económico. Es claro que la comparación resulta inocua al pretender siquiera aproximar la estatura espiritual y de líder del rabí de Galilea y los presidentes colombianos que a duras penas serán estudiantes de un kínder Garden dentro del exigente proceso de gobernar, cosa que han terminado haciendo con muchos reparos, pues es claro que, para lograr éxito en ello, primero han debido gobernarse a si mismos. Pero si se puede asimilar la naturaleza del dolor vivido por uno y otro, por el hombre de polvo que es el humano gobernante y el ser de luz que encarna Yeshú ben Yosef Pandira, como se le llamaba originalmente en arameo a Jesús de Nazaret. Por supuesto que, bajo la óptica de cada pensador, de cada lector, uno de los dos tuvo éxito, o los dos, o ninguno de los dos.

Podemos advertir el sufrimiento que cada presidente vive al saber que sus decisiones, unas por acción y otras por omisión, desencadenan dolores en la sociedad que regenta. Se trata de penas que pueden ser leídas por sus más cercanos colaboradores, pero jamás descifradas en su más íntima esencia, asunto dejado exclusivamente al primer mandatario. Los afanes y presiones del poder llevan, por ejemplo, a que rápidamente la fisonomía del alto mandatario cambie. Si de candidato aún tenía cabellos negros, se pintan ahora con la blancura de anticipadas canas que cantan sin reparo alguno, la mengua del aspirante a redentor de las penalidades de un pueblo ansioso de bienestar. Estos presidentes de Colombia, podría decirse, llegan con buenas intenciones; si, creo que todos. La histórica y excepcional oportunidad de guiar a un pueblo de cincuenta millones de moradores, tiene la nobleza capaz de permear la mezquindad oculta bajo el discurso proselitista cautivador de votos. El hecho es que ya allí, en el solio presidencial, no pareciera haber derecho a equivocarse; vienen las presiones de todo orden, los intereses particulares, los compromisos, que hacen tambalear la benignidad de las intenciones de armonía que yacen en el presidente.  Y entonces vienen los errores, el desvarío ejecutivo y también legal, que deja a todas vistas la carencia de capacidad para gobernar en la búsqueda del inefable bienestar común pretendido por la democracia. Entonces, poco a poco el enhiesto funcionario, con delicadeza de artesano, empieza los primeros trazos de su propia cruz y en la medida del transcurso de su gobierno, los dos maderos, uno en horizontal sobre el otro, están listos para que el mártir avance hacia su propio Calvario, en un Gólgota lleno de un gris atemorizante.

En la ausencia de juicio para el manejo de temas tan sensibles como la seguridad de los colombianos, aquellos que sienten invadido y amenazado su espacio cuando la libre movilidad le es castrada por cuenta de ordenes de organizaciones alternas a las oficiales del gobierno, sobre vienen los cargos que ya perfilan una sentencia anticipada del presidente, sugiriendo su crucifixión. En un escenario complejo de variopintos intereses, surge por allí la noticia de una buena decisión, de un cambio favorable, como que el dólar y los precios del mercado, han bajado; pero no obsta, no es suficiente para disminuir la presión sobre la imagen del gobernante que sigue en picada. Mucho menos es tenida en cuenta su súplica de: déjenme gobernar. El drama cósmico del salvador que, en la hora postrera de su despedida, se manifiesta ahora en el presidente que, al estilo de Longinus, siente la lanza en su costado derecho, tan certera que su predicado de izquierda, llora impotente.  Pero ojo, al tiempo de la agonía del gobernante, igual que la otrora Jerusalén, su fracaso traerá división y más dolor en todos los convidados a presenciar la partida del líder. Las confrontaciones ideológicas entre los seguidores de Jesucristo, una minoría, eso sí, altamente convencida de la divinidad de su gurú, mantendrán la puja frente a los poderes reinantes en el sistema de gobierno.

Es una verdadera torpeza con efectos de desigualdad, sangre e infelicidad, la que vive una democracia como la colombiana que no logra encontrar la ruta hacia la reconciliación nacional. La experiencia está mostrando que, bien sea bajo esquemas de derecha, de centro o de izquierda, no existen los méritos suficientes para que el pueblo viva tranquilo. Para que los niños crezcan libres y felices y que los jóvenes se edifiquen para relevar a sus mayores, ojalá de quienes han recibido un ejemplo probo. Es muy triste que, luego de dos mil veintitrés años de la venida a la tierra del gran libertador del mundo cristiano, haya una sociedad, la colombiana, tan enferma y condenada ineluctablemente a la cruz del Gólgota, que es cada rincón del país.

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