El ejercicio de la diplomacia no es un premio que los gobiernos disciernen a los que les caen bien, a los simpáticos, o a quienes coinciden con sus ideas. Es un imperativo que debe practicar todo gobierno, tanto con aliados como con antagonistas.
Esto lo digo a raíz de la reacción un tanto primitiva del presidente colombiano frente a la sugerencia de un miembro del consejo de seguridad de la ONU que propuso que Colombia considerara reanudar relaciones diplomáticas con Venezuela. El presidente Duque reaccionó bruscamente, afirmando que ello significaría ceder ante el chantaje venezolano. Como si explorar caminos diplomáticos para superar diferencias condujera fatalmente a ceder a intentos de chantaje o plegarse a exigencias inaceptables. Nada más alejado de la realidad.
Ni el gobierno de Caracas se va a caer con discursos altisonantes desde Bogotá; ni el colombiano va a resquebrajarse por insultos encendidos salidos del palacio de Miraflores.
Y mientras tanto quienes están sufriendo son las comunidades que viven a lo largo de una frontera de más de 2000 kilómetros, como sucede con las golpeadas gentes de Arauca. ¿Que los ataques contra Colombia se están fraguando desde Venezuela? Si. Pero ¿qué es más efectivo: ¿reclamarle airadamente a Maduro por los micrófonos, cosa que parece resbalarle, o hacerlo por vías diplomáticas?
Aunque obviamente la dirección de la política exterior corresponde al jefe de Estado, lo que nadie discute, la argumentación de Duque llevada a sus extremos significaría que aún antagonistas como Rusia y Estados Unidos, como Corea del norte o la del sur, como Reino Unido y Argentina, Como China y Vietnam, como España y Marruecos no podrían tener contactos diplomáticos, o aún mantener embajadas, porque eso significaría -según la extraña teoría del presidente Duque- ceder a los “chantajes” del antagonista. Nada más absurdo. Con esta lógica casi que las Naciones Unidas carecerían de justificación.
La diplomacia se inventó desde hace muchos siglos no para que los aliados se den palmadas de congratulación en la espalda, sino precisamente para ventilar civilizadamente las diferencias entre contradictores.
Una reflexión similar merecería lo que está sucediendo con el ELN. Cada vez arrecia más su vituperable comportamiento terrorista. Cada vez cuenta con más militantes en el terreno y en los frentes urbanos de guerra. Su capacidad de hacer daño es demencial, pero inmensa.
Al quien le quepa dudas al respecto le recomiendo visitar el museo de los explosivos criminales que funciona en la brigada antiterrorista de Melgar. Allí se ve claramente que la primera línea tecnológica en materia de explosivos terroristas siempre la ha llevado el ELN. Las Farc no fueron más que burdos aprendices del ELN a lo largo de los últimos cincuenta años. Una operación como la de Anorí que hace varias décadas diezmó al ELN luce hoy casi imposible. Se le pueden dar golpes acá y allá, claro -y algunos se le han dado últimamente- pero no parece probable que militarmente se le esté doblegando. Por el contrario, está creciendo exponencialmente.
Así las cosas ¿es inteligente que el comisionado de paz se hubiera bajado del avión que lo debía conducir a Estocolmo para atender un seminario organizado por el gobierno sueco para analizar el futuro de las relaciones con el ELN, porque con eso, según se dijo, “pretendían legitimar falsa voluntad de paz del ELN? ¿Será que el gobierno ingenuamente cree que con ese tipo de decisiones va a hacer cambiar al ELN?
El gobierno de Duque terminará rehusando escuchar a quienes le aconsejan reanudar relaciones diplomáticas con Venezuela o conversaciones de paz con el ELN. A pesar de que hablar con este grupo alzado en armas no significa por supuesto que se deje de combatirlo con toda intensidad en el entretanto. El antiguo primer ministro de Israel, Issac Rabin, decía que con los grupos terroristas “hay que conversar como si no estuviéramos en guerra; y hacerles la guerra como si no estuviéramos conversando”.
Las relaciones diplomáticas con Venezuela se terminarán restableciendo tarde o temprano. Así sucederá también con las conversaciones de paz con el ELN. El gobierno Duque ya no lo hará. Pero el venidero tendrá que tomar decisiones sobre estos dos grandes temas. Ojalá sean las más lúcidas.