LA COLUMNA DE TOÑO
Por el P. Toño Parra Segura padremanuelantonio@hormail.com
En la vida humana una de las virtudes elementales para todos es la fe. Primero tenemos que creer en nosotros mismos para poder creer en Dios. Como criaturas estamos en el mundo para dar testimonio de que existe un Dios que nos ama y que nos pide dar amor a los demás.
El libro de la Sabiduría debe irradiarse en todas nuestras dependencias de Dios en “Él vivimos, nos movemos y existimos” como dice el apóstol, y esto no es solamente una frase trajinada y conocida, sino la realidad de nuestra suerte. Cuando se vive sin Dios, carece de sentido lo que hacemos, a pesar de que nos sintamos dueños y señores de todo lo que existe.
El apóstol San Pablo nos recuerda hoy la ignorancia a cerca de la suerte de los difuntos, pero es indispensable que pensemos más en nuestra suerte, ahora que estamos vivos, que nuestro destino es eterno y que permaneceremos en Dios para siempre.
Vivir sin fe, es un peligro para la realización de todo lo nuestro. Ella nos abre no solamente las puertas de la vida sino que somos eternos porque Dios lo quiso así.
Las consecuencias de todo esto es la dependencia de Dios y ojalá que así lo sintamos en todo momento, para evitar el riesgo que tuvieron las doncellas del Evangelio de hoy, por estar dormidas y apagadas sus lámparas.
La comparación entre las dos clases de doncellas nos debe servir para imitar a las primeras que fueron precavidas para la espera del esposo.
La respuesta que el Señor les da a las que llegaron tarde, debe servirnos a todos para no dejar para el último momento nuestra conversión.
Todos necesitamos de conversión, ojalá Dios nos libre de creernos los santos del paseo, para llegar cuando la puerta esté ya cerrada. La vida se nos ha dado sin merecerla nosotros y que esto no nos sirva para abusar de ella y esperar el último momento para acudir a Dios.
El mundo en que vivimos puede ser un peligro para no pensar en nuestro destino eterno, venimos del Señor y tenemos que volver a Él, porque no sabemos ni el día ni la hora. Al no conocer ni el día ni la hora, cada momento debe ser oportuno para “tener las lámparas encendidas de la fe, y alimentarnos con el aceite del amor”.
Todas las lecturas bíblicas, especialmente la que nos explica el Señor deben servirnos para hacer de nuestra vida, una espera confiada en el amor de Dios.
Venimos de Dios, y nuestro destino debe ser volver a Él, no solamente con las lámparas encendidas de amor, sino con la certeza de que nuestro destino es eterno.
