Por: José Eliseo Baicué Peña
La fiesta no la vive una sola persona, la disfruta toda la comunidad. En gran medida, las fiestas son una redundancia de la estructura social, una extensión de tradiciones y costumbres culturales propias de una región.
Las fiestas aparecen especialmente localizadas en momentos de transición. Cuando las sociedades cambian, cuando los tiempos se hacen distintos hay fiestas y sigue habiendo fiestas cuando se conmemoran dichos cambios.
Es como un complejo contexto donde tiene lugar una intensa interacción social, un conjunto de actividades y de rituales, una profusa transmisión de mensajes y un desempeño de roles peculiares que no se ejerce en ningún otro momento de la vida comunitaria.
En cuanto a la relación fiesta-poder, la fiesta tiene su propio sistema de poder que entra en juego con otros sistemas instituidos. La fiesta propicia un espacio en donde es posible la afirmación, el cuestionamiento, la transgresión o la revocación de los valores que dichas relaciones de poder sustentan.
Por eso, la fiesta permite a ciertas comunidades afirmarse como tales ante un sistema opresor, o puede servir de blanco de otros tipos de poder. Por ejemplo, algunos críticos afirman que la Revolución Francesa instituyó un nuevo sistema de fiestas que le permitió ganar reconocimiento e institucionalidad.
Umberto Eco, dice que la fiesta es un fenómeno de comunicación en donde se transmiten significados de diversos tipos (históricos, políticos, sociales, valores cotidianos, religiosos, etcétera) que le dan un carácter único o variado, y en los que la práctica festiva, de goce e incluso orgía se entremezclan con la práctica religiosa o mágica, cumpliendo determinadas finalidades culturales básicas para el conglomerado.
Cuando comparamos estos conceptos a la fiesta del San Pedro en Neiva, vemos que algunos aspectos guardan similitud. Pero, si observamos el desarrollo que estas fiestas ha tenido en los últimos años, nos sorprendemos de los bruscos cambios que se han dado.
Se habla que este año, las fiestas tendrán algunos cambios estructurales, y que algunas cosas volverán a la tradición de los primeros años. Sería muy bueno que algunas actividades regresarán a los barrios, directamente al pueblo.
No olvidemos que las fiestas son del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Y, aunque haya un propósito económico, no puede ser el único, pues lo cultural, la integración, lo artístico y lo autóctono no se pueden dejar perder.
¿Habrá otra vez palcos costosísimos cubriendo casi toda la vía por donde avanzan los desfiles? ¿Podrán los ciudadanos caminar por estos senderos y disfrutar del espectáculo?
Que lo económico no opaque el disfrute de la tradición sampedrina.