Diario del Huila

La maldición del covid

May 24, 2021

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Por: Gerardo Aldana García

Sola quien ha sido madre, sabe lo que es tener un hijo cabezón; dice un adagio popular, para significar la veracidad de lo que se siente frente a una situación extrema, vivida en el propio pellejo. Me acaba de ocurrir; si, con el Covid 19. Lo adquirí muy seguramente en los ámbitos laborales, pese a la esmerada precaución con tapabocas, distanciamiento social y sustancias contra patógenos. El maldito germen de dejó sentir un domingo a la media noche, dibujando en mi cuerpo las primeras dolamas. La debilidad general se fue acentuando al día siguiente, robándome paulatinamente cualquier vestigio de tranquilidad. La fiebre empezó a cobrar mi saldo de salud y pronto, a solo 1 día de haberse presentando el primer síntoma, una enfermera me tomaba la prueba de moda. Al día siguiente, la Secretaría de Salud del Departamento me confirmaba el contagio. El caso es que frente al panorama de complicación se sumaron unos dolores en todos mis huesos, fuerte de dolor de cabeza, escalofríos, pérdida de apetito, desaparición del gusto y del olfato. Este vicho del demonio no da tregua; de día se sufre y de noche no se duerme. No hay posición que te haga sentir bien; si te sientas, tus huesos se lastiman, si te acuestas es que como si la cama tuviera fuego, si vas al baño, tus caderas quieren desprenderse, si mueves la cabeza crees que se desprenderá. Y los días pasan con la más insensible lentitud; cuentas cada día de los 14 de la creatura pero nada que la luz al otro lado de túnel se insinúa. En mi caso, dos entradas al Hospital General de Neiva, hospitalizado para encontrar una estabilización a mi respiración que a cada momento se hacía más agitada. Los pulmones parecen reventarse sin poder abrir sus alvéolos para nutrir mi cansado organismo. Entonces, el trance en una habitación de cuidados intensivos, se volvió mi hogar de tortura. La higiene de la sala, con la última tecnología para tratar a cada desdichado, se llenaba de toces y respiraciones profundas y esforzadas. Un caso tras otro de entubación, siguen llenando de dolor el recinto que atestigua las palabras del paciente que se despide vía celular de su ser querido, dándole instrucciones por si algo pasa. La médica trata de animar al paciente diciéndole que ya no sufra más y que deje que sea el aparato el que haga el trabajo de respirar por él, y que no se sabe cuántos días estará dormido. En los extramuros de urgencias del Hospital Hernando Moncaleano Perdomo, varias personas hacen turno para una urgencia o para verificar su contagio. En medio de este trance del demonio, supe que mi mujer estaba también contagiada, entonces el drama físico se me hizo psicológico al imaginar el riesgo de su salud dados sus antecedentes de tromboembulismo pulmonar.  El peso se me hacía mayor al imaginar el cuidado de mis tres hijos, dos de ellos menores de edad, que de repente tendrían que asumir un rol de control sobre la inusitada situación.

Luego de 12 días, la nefasta enfermedad quiso darnos una tregua, entonces los dolores empezaron a ceder. El gusto y el olfato regresaron y por primera vez, logramos conciliar un poco el sueño. El aislamiento dentro de nuestro propio hogar ha sido real. La habitación fue una cárcel que además de privarme de recibir a nadie, está repleta de ese ambiente pesado del virus, es como un sopor de tarde repleta de sol, sin ni siquiera el movimiento de las hojas de los árboles.  Me ha dejado una neumonía severa, interesando el 40% de mi pulmón izquierdo.

Algunas tradiciones hindúes hablan del karma mundial como instrumento de la ley divina, la ley que va más allá de los hombres, y que mete en cintura a la humanidad que vive el desvarío frente al equilibrio del cosmos. Ojalá, así como existe el dolor del castigo, llegue la dadiva de la benevolencia superior.

 

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