En alguna oportunidad leíamos en un texto el siguiente cuestionamiento: “¿Podemos tomar medidas radicales, firmes, profundas, contra la mentira, el chismecillo, la calumnia espontánea o promovida de modo organizado y sistemático?”
Hoy solo atinamos a decir que gracias a las redes sociales, a algunos medios de comunicación y a muchos locutores que de la noche a la mañana posaron de periodistas, el mal ha crecido, es mayor y se ha tornado en una epidemia de impredecibles consecuencias, que desmorona las pequeñas fibras de familiaridad que aún persisten en algunos grupos sociales.
Es que luego de haber superado la violencia institucional, entre el ordenamiento social y los alzados en armas o con algunos de los grupos insurgentes en nuestro país, Colombia tiene una particularidad: a todos se les acusa de todo, pero a nadie se le sostiene el dicho, con lo cual, se ha implementado y se ha fomentado la cultura del sicariato moral, de la afrenta y de la burla indiscriminada del otro, frente a la impotencia o la falta de civismo para comprender las dimensiones propias del lenguaje y del comportamiento social.
Hace pocos días con ocasión de la Feria del Libro en Madrid, se generó toda una controversia por querer difundir la idea de que es necesario apoyar, a decir de los gobernantes de turno, la presencia de una “literatura neutra”, de una literatura que no estuviera comprometida con las causas sociales e incluso hasta de los sentimientos y que, por consiguiente, quizá se proponga hablar de cosas insulsas, de cosas sin trascendencia o sin mayor importancia.
En ese enfrentamiento entre el patrocinio del gobierno de turno y “la literatura neutra”, se presentó entonces una gran movilización de escritores y de críticos que asumieron la defensa de cada una de las posiciones antagónicas, todo lo cual, como es normal, propició la polarización social entre quienes defendían una y otra causa, según los intereses y la forma de asumir la visión tanto de las letras como del contenido literario que se ofrece a los lectores en el mundo de hoy en día, fue cuando volvimos los ojos a la maledicencia, a la afrenta y a la forma de querer demeritar al otro, para beneficio propio o de causas ajenas.
Este evocar de historias y conflictos entre sectores humanos, me hizo rememorar una sentencia de los Efesios que advierte: «Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo» (Ef. 4,31-32).
Los seres humanos hemos vivido de muchas pandemias, y hoy en día, es muy común entender y comprender que hemos perdido la capacidad de respeto, que nuestros mayores son permanentemente víctimas de las ofensas y del menosprecio por parte de quienes en determinado momento se enfrentan y procuran vivir para las apariencias, bajo presupuestos alejados del afecto y de lo que durante muchos años se conoció como la convivencia pacífica entre unos y otros, y si eso es con los adultos, cómo no ha de ser con otros sectores de la sociedad.
La sociedad vive en los actuales momentos una epidemia que afecta las relaciones y que se acrecienta cuando de por medio se pierde la comprensión de la infinitud de la imaginación en la construcción de sueños y esperanzas, cuando se vive el momento o se busca la satisfacción inmediata de una pequeña porción económica para suplir una necesidad, desconociendo que más allá, hay otros elementos que se requieren y que posteriormente nos van a hacer falta y que no estamos solos en el universo.