Por: Paloma Valencia
Es evidente que el Presidente Petro extraña los tiempos donde sus convocatorias a la calle movilizaban a miles de colombianos. Siempre se ha soñado como uno de aquellos líderes a los que las masas siguen, y él alienta e inspira. Me parece que está descubriendo que no es así. Tuvo una coyuntura precisa donde las condiciones le permitieron sentirse representando a las mayorías.
La pandemia fue terrible. El Presidente Duque hizo, en medio de esas difíciles circunstancias, lo que dictaba el buen criterio. Prevenir el contagio mediante cuarentenas para ganar tiempo y construir la infraestructura necesaria para atender los picos que requerían muchas UCI. Y mantener los ojos abiertos para que los sectores económicos estratégicos sufrieran lo menos posible. Se hicieron esfuerzos para evitar el crecimiento de la pobreza con la creación de ingreso solidario y repartir mercados, ayudar al sector productivo. Conseguir cuando estuvieran disponibles las vacunas. Salió bien, visto en retrospectiva, y sobretodo, cuando se miran las experiencias de los otros países. Sin embargo, aquellos fueron días marcados por el miedo a la enfermedad y la muerte. También días angustiosos por el encierro, que trajo violencia intrafamiliar, y más miedo. Con los días también empezó la crisis económica. Perdimos en meses lo que con años de política pública habíamos construido.
El entonces senador Petro exigía el encierro permanente y acuñaba una ridícula necesidad de escoger entre la vida y la economía. Se inflaba señalando que era ridículo comprar vacunas que debían ser gratuitas, y renegaba de las condiciones que los laboratorios exigían para venderlas. Crispaba los ánimos, señalaba al presidente como inútil, insensible, culpable de la muerte… y luego cuando todo estuvo tan mal y todos estábamos tan cansados, vino el paro nacional.
Lo promovieron con fanatismo político, pensando en las elecciones y en un secreto anhelo que algunos de sus más cercanos alfiles expresaban; Duque se tenía que caer. Petro lo tachaba de ilegítimo -por la supuesta entrada de recursos del ñeñe Hernández a la campaña-. Se inflamaba hablando del uribismo como una prolongación del paramilitarismo. No tenía límites.
El paro fue un ejercicio bien planeado. A los reclamos de jóvenes cansados de todo lo vivido que reclamaban por la precariedad económica, se sumaron otros. Hablaban de masacres y asesinatos y desaparecidos cometidos por la fuerza pública; generaban pánico y circulaban mensajes que hacían sentir a quien los oía que el siguiente ataque sería en su propia casa. El suroccidente experimentó lo que era el infierno. El daño económico fue irremediable. Aún hoy se viven las secuelas.
Esta suma de miedos empató de manera perfecta con el discurso de odios y culpas que proponía Petro. Con simpleza pero con énfasis erguía el dedo para señalar culpables, para hurgar dolores, para que todos viéramos solo lo que faltaba. Fue elegido presidente, y su elección fue una fiesta donde la esperanza renació para muchos: a vivir sabroso.
Sin embargo, en su proyecto no había una visión de construir, ni resolver. Solo los sueños de un mundo mejor y la idea de que con la sola voluntad y el deseo todo sería diferente. Pasaron días sin que se supiera para donde íbamos, hasta que fue claro que Petro pretendía gobernarnos con un espejo retrovisor en una inquisición donde todo se resuelve matando la bruja. La falta de resultados y la inutilidad del discurso de palabras que no resuelven fueron causando preocupación. Y los sectores de centro que lo acompañaron se fueron alejando. Las decisiones erráticas y equivocadas la aumentaron. Hoy lo que tenemos es desilusión en un porcentaje grande de sus votantes.
El presidente ha convocado nuevas marchas, ha sido incendiario en su discurso, señalado los medios y periodistas que lo confrontan, atacando la oposición, a los empresarios y a todo aquel a quien pueda adjudicarle una culpa aunque no le quepa. Ha plantado la división y el miedo, y la ciudadanía, no lo ha seguido. Marchas lánguidas.
Llegó entonces a la aberración de utilizar los recursos públicos para hacer una movilización que lo engrandezcan. Puso transporte, almuerzos, tarimas, logística, cantantes. La ONIC encargada de movilizar, recibió contratos por cerca de 40 mil millones. FECODE también decidió dejar a los niños de colegios públicos sin clase (que ya pierden 72 días de clase al año en paros). Las juntas de acción comunal que quisieran internet gratis debían llevar un número de personas. Hasta publicidad política repartieron. Violaron la ley para lograr una movilización y sin embargo, ni salió bien.
Todo el país reconoce que fue una movilización prepago. Que terminó con violencia contra la revista Semana y su directora. El único efecto de tantos esfuerzos del Presidente de revivir la polarización ha sido ese ataque a la libertad de prensa, que lejos de beneficiarlo, empieza a hundirlo en aguas más profundas.