Diario del Huila

La muerte de Jorge Penagos

Oct 9, 2024

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Por: GERARDO ALDANA GARCÍA

El nombre de Jorge Penagos no diría nada a un huilense de la geografía departamental; no así, a los moradores del Corregimiento de La Ulloa. Le decían cariñosamente Penagos, aunque su nombre completo fuese Jorge Eliecer Penagos. Él era un sencillo trabajador del campo, un simple campesino que durante cerca de setenta años labró tierras ajenas. Era de estatura mediana y complexión no robusta, no delgada. De tez blanca y cabellos monos, siempre se le vio con un rostro amable, una sonrisa simpática. Este fue un hombre que no solo vivía para sus familiares, ni solo para sus hijos, ni tampoco solo para quienes en su vida fueron sus esposas; él era un hombre para los dueños de fincas, de amas de casa amantes de flores, de pequeños ganaderos, de finqueros dedicados al café, a las frutas, al arroz; también era de los maestros de construcción, de los usuarios del canal de riego. Penagos era de todo el mundo dado que siempre estuvo presto a colaborar, a servir con o sin plata, dicen los vecinos ulloanos.El lunes 30 de septiembre de 2024 cuando Penagos muere en el Hospital General de Neiva, víctima de un sorpresivo ataque al corazón, la campiña de La Ulloa sintió un enorme vacío similar a la vacuidad que deja en el bosque un roble centenario derruido por el hombre, o por el tiempo. Hubo un pesar por la partida de quien sembró tanto plantíos y asistió innúmeros nacimientos de becerros; de quien sabía los mejores cortes sobre rosos o limoncillos tras la flor más lúcida o la simetría de verde en una cerca viva. Y Penagos era libre; no acumuló riquezas materiales; tal vez apenas una copropiedad en una modesta casa sea su herencia. La vida la pasó moviéndose de calle en calle, de finca en finca, y también de una fiesta a otra. Era un jornalero que tenía el día por capital y la noche como renovación a sus estropeados músculos. Y no se quejaba; impresiona recordar la calma con la que vivía su existencia, y no por ello carecía de vigor y experticia a la hora de realizar sus trabajos. Era, como dice Alberto Cortés, un callejero con el sol a cuestas. Pero si su capacidad física y disposición de servicio en el trabajo material eran admirables, se hermanaban a estas su personalidad y charla alegres, llenas de chistes y apuntes tan picarescos de sano humor. Un hombre así es fácil de extrañar. En esa misma semana de su deceso, algunas amas de casa lo esperaban para la poda del césped, mientras que otro finquero supo que ya no estaría para cuidarle su casa mientras él haría un viaje.La partida de Jorge Eliecer Penagos permite reflexionar sobre la importancia y valor que representa el invaluable servicio prestado por los hombres como también de mujeres dedicadas al jornal. Es sencillo; sin ellos no hay producción de alimento, tampoco hay color o perfume en el vergel que extraña pistilos y polen. Es una profesión que, a juzgar por el discreto salario y el trato peyorativo de muchos entornos sociales, se menosprecia, se invisibiliza frente a los privilegios de una comunidad. Entre tanto, el hombre del jornal sigue allí en el entorno, tan vivo entre todos, alentando el alma de la comarca, dejando sus huellas en el río como en el surco que se nutre con su sudor, mientras el labriego se queda con sus lágrimas. Por ello, permítame ofrecer con respeto a toda la familia de Jorge Eliecer, mi pésame por el dolor causado con tan inusitada partida. A sus hijos mayores junto a su madre con quien el entrañable finado supo legar su ejemplo, su cultura. A Ana María y sus dos niños, la mujer con quien Jorge Eliecer tejió el sueño de la sobrevivencia del día a día durante su última década de existencia. Paz en su tumba.

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